Comentario al Evangelio del

CR

Queridos amigos:

Muchos creyentes, personas de bien, comprometidas con su parroquia o movimiento, laicos que se plantean dar un paso más en su compromiso eclesial y experimentan la dificultad de este proceso y exclaman “¡Qué complicado es todo esto!”.  Se les antoja, todavía hoy, una inmensa mole de creencias, normas y ritos que parecen casar muy mal con el espontáneo sentimiento de libertad con el que parece que nos conducimos en la vida ordinaria. ¡Sólo quien ve en la propuesta de Jesús un camino más liberador (nunca menos) se arriesga a circular por él! Me llama la atención la fórmula que Pablo utiliza en su diálogo con el carcelero: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Hay aquí un par de verbos que nos dan una pista para entender mejor qué es evangelizar, incluso en situaciones extremas:

  • Cree en el Señor Jesús. Lo esencial de la fe es la adhesión incondicional a la persona de Jesús. Es verdad que esta adhesión implica, en la práctica, muchas cosas, pero, sin ella, todo lo demás carece de sentido y se hace insoportable. ¿Seremos capaces de proceder así, de dejar el primer plano de la película de la fe al Señor? ¿Se percibe en nosotros que lo que nos importa, lo que nos mueve, lo que nos apasiona, es el Señor Jesús?
  • Te salvarás tú y tu familia. El efecto de la fe es la salvación. Quien cree vive ya como un salvado, como alguien que sabe por qué y para qué existe, que se siente amado, libre, con razones para esperar. ¿Puede ser creíble lo que llamamos fe cuando no produce en nosotros frutos de salvación? Se trata, además, de una salvación de largo alcance: afecta también a quienes comparten nuestra vida. Hoy somos tan absolutamente sensibles al individuo que nos cuesta entender eso de que se pueda bautizar una familia entera (caso de Lidia) o de que se prometa la salvación a otra familia (caso del carcelero). Más allá de las explicaciones sociológicas acerca del concepto antiguo de “familia” y de “casa”, que tan importante papel jugó en la evangelización primera, hay aquí algo más profundo: la dimensión comunitaria y social de la fe, sin la cual la experiencia individual se reduce a un titánico ejercicio de supervivencia.