Comentario al Evangelio del

Juan Carlos, cmf

Queridos amigos y amigas:

La polémica está servida en este evangelio: Mientras Jesús invita a subir a Jerusalén… la madre de los hijos de Zebedeo, ajena a todo lo que está diciendo el Maestro, le pide descaradamente un puesto de honor para ellos. El evangelista une de esta manera dos mentalidades que se hallan en las antípodas y chocan entre sí. ¿Qué mensaje nos revela a nosotros que, metidos ya en el corazón de la Cuaresma, somos invitados a la conversión de deseos, pensamientos y conducta? Os propongo fijar la atención en dos enseñanzas:

Primera, no nos hagamos ilusiones. Somos del mismo barro de la mujer que se planta ante Jesús pidiéndole privilegios para los suyos. También nosotros buscamos primeros puestos. Reconozcámoslo. La tendencia a ser únicos y primeros se esconde en nuestro lenguaje normal hilvanado de quejas, de deseos imposibles, de inconfesables envidias, de tristezas y suspiros, de agresividad o rencor… y ¡ay si se olvidan de mí! Un incurable sentimiento de necesidad nos convierte en hambrientos por naturaleza. El ser del hombre es anhelo de lo que no tiene. Nada nos sacia. Todo nos falta. Nuestra esencia es el apetito. Ni siquiera ante Dios buscamos ser uno más. Deseamos los primeros puestos. Reconocerlo nos coloca en el camino de la curación, porque sólo la verdad nos hace libres.

Segundo: las vocaciones son tres. El arranque de este episodio evangélico me recuerda una sabrosa meditación que leí hace tiempo. Indicaba que en el evangelio se pueden descubrir tres vocaciones que Jesús hace a las personas con quienes se encuentra. La primera de ellas es la llamada a la rectitud de vida. Es la invitación que Jesús hace, por ejemplo, a la mujer adúltera: “Vete y no peques más”. La segunda es la propuesta del radicalismo. El caso más claro, pero no el único, queda recogido claramente en la propuesta que hace al joven rico: “Ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y, luego, sígueme”. La tercera es la que aparece al comienzo del evangelio de hoy: “Subamos a Jerusalén”. Es el llamamiento al martirio, a entregar la vida con El. Terminaba aquel autor diciendo que las tres vocaciones son necesarias para la Iglesia y el mundo. Las tres provienen de Jesús que es el único que llama con autoridad. Pero solamente es la tercera llamada la que hace crecer a la Iglesia en extensión y en santidad, la que verdaderamente llena de oxígeno los pulmones de nuestra humanidad, la que realiza la redención del mundo. Es la invitación a vivir la Pascua hasta el final. Es la suprema expropiación.

Y a mí ¿a qué me llama el Señor? ¿Me está apremiando a dejar ya, de una vez por todas, una mala costumbre que arrastro, o una herida abierta que me desangra, o un pecado que me maltrata desde hace ya tanto tiempo, o un perdón al que me resisto? ¿Me está acaso invitando a despojarme al menos de aquello que me tiene esclavizado y que no me deja crecer y ser feliz? ¿Acaso me está llevando a su presencia para que, arrodillando mi orgullo, me ofrezca para lo que El quiera abandonándome en sus manos sin darle más vueltas en mi imaginación a la suerte que pueda correr?

De todo nos puede ocurrir en este miércoles ante la Palabra. De todo, menos dejarnos indiferentes en el aburrido bostezo de quien se cree conocer bien este punzante relato que nos narra san Mateo en su evangelio.

Vuestro, amigo y hermano
Juan Carlos cmf