Comentario al Evangelio del

Rosa Ruiz Aragoneses

AMOR MEUS PONDUS MEUM

Decía Agustín en sus Confesiones que el amor es el “pondus” del corazón, mi “peso”. Y añade: Amor Meus Pondus Meum: illo feror, quocumque feror”; que podemos traducir algo así como El amor es mi peso; por él voy dondequiera que voy”.

He recordado esta frase agustiniana al leer la primera lectura de Hebreros: la esperanza que Dios nos ofrece es para nosotros como ancla del alma, segura y firme”. Seguramente que todos podemos visualizar la fuerza de un ancla. Me imagino a mí misma, a veces vagando de un lado a otro, etapas o momentos en que no te “encuentras” en ningún sitio. Y es entonces,  al sentir un ancla en el propio alma, segura y firme, cuando recuperas tu propia dignidad.

Tenemos el amor como un peso que centra; la esperanza, como ancla de mi alma. Y nos queda la fe.  Alguien con fe, amor y esperanza, es alguien libre, señor o señora de su propia vida. Es la imagen que aparece hoy en el evangelio. Propio de Dios es infundirnos la libertad para hacer lo que no está permitido cuando así tu “pondus”, “el ancla de tu alma”, te va llevando. El sábado -y todo cuanto existe- fue creado para el ser humano. ¡Cuánto se fía Dios de nosotros! Y como rezamos en el Himno, “que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra”. Que mi vida no te obligue a arrepentirte de haberme creado libre. Ojalá.

Hay más ejemplos vivos de lo que parecería a simple vista. Mira alrededor. También a lo largo de la historia. Hoy la liturgia recuerda hoy a San Antonio Abad, padre del monacato, ejemplo de admirable libertad y fidelidad radical. O Mª Antonia París, fundadora con Claret de las Misioneras Claretianas.  O cualquier otro testigo que para ti sea significativo. Que ellos nos ayuden y contagien de esta amorosa libertad.

Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz Aragoneses