Comentario al Evangelio del

Enrique Martínez de la Lama-Noriega

EMPEZAR BIEN EL ADVIENTO



              Está muy bien, creo yo, que la Iglesia comience su calendario, el nuevo año litúrgico con este tiempo de Adviento, que nos invita a lo «nuevo», a que algo, ¡o mucho!, sea distinto de lo anterior. 
          Se hace necesario refrescar, renovar, reilusionarnos, despertar lo que se nos ha ido quedando dormido;  revivir o recuperar lo que se nos ha muerto. El ritmo de la vida nos va desgastando -a veces muchísimo más de lo que nos damos cuenta-, nos cansa, nos apaga, nos envejece. Y del mismo modo que nuestro cuerpo necesita vitalmente «descansar» todos los días para seguir adelante... nuestra alma, nuestras fuerzas interiores, nuestras ilusiones... ¡también necesitan ser restauradas.! Al menos una vez al año. Y mejor si es al empezar esta nueva etapa... con idea de que miremos de otro modo el tiempo que tenemos por delante.

              ¡Qué triste un cristiano «cansado», «acostumbrado», de vuelta de todo, con el corazón apagado, que no contagia esperanza, ilusión y vida! Que no contagia bienestar, sino que más bien aburre. Qué descuido y qué falta de responsabilidad el que no procura poner luz en la vida ni enciende en el fuego del amor en las lámparas de los hermanos que se van quedando sin aceite de tanto esperar lo que no llega... porque resulta que él mismo es ya apenas una mecha humeante. ¡Nadie se siente bien estando así! 

No nos dejemos contagiar por el derrotismo según el cual todo sale mal: no es el pensamiento de Dios. Los tristes no son cristianos. El cristiano sufre muchas veces, pero no cae en la tristeza profunda del alma. La tristeza no es una virtud cristiana. (Papa Francisco, Noviembre ‘19)

               La Iglesia nos ofrece este tiempo de Adviento (¡apenas un mes!) a modo de «cargador», para que podamos conectarnos de nuevo a Dios... y a las personas... y también a lo mejor de uno mismo, pues no es raro que dejemos de oír esa voz interior que nos dice lo que somos, a lo que estamos llamados, lo que deseamos llegar a ser, lo que Dios espera de nosotros...

+ Acojamos el anuncio del anciano Zacarias: nos visitará el Sol que nace de lo alto. Un anciano capaz de generar esperanza. 
+ En medio de nuestra esterilidad y cansancio, nos saldrá al paso la Madre de mi Señor, para hacer que brinque de alegría en mí ese profeta-testigo que llevo dentro.k
+ Nos invita el ángel del Señor a que dejemos de dormir al raso, arrimados a nuestra «hoguerita» improvisada... para dirigirnos a la ciudad de Belén, porque nos ha nacido un Salvador que será ya siempre el Dios-con-nosotros.

Yo te invito, a la luz de la Palabra de hoy, a tres sencillas cosas:

            • Primero, que intentes mirar tu vida y la vida en general con otros ojos: Con los ojos de Dios. Ya sabes que cuando el Señor miró la humillación de su esclava, María... vio en ella a la «llena de gracia», la hizo verse como «querida por Dios». Ella, una persona anónima, con una vida normalita, preparándose para casarse y hacer lo que todo el mundo, se enteró de que Dios tenía para ella un proyecto mucho mejor. Dios vio en ella a la Madre de Cristo. 
       No es raro que uno amanezca abatido, enroscado sobre sí mismo, vestido de gris. Aparecen en el calendario esos días en que parece que nada tiene sentido, que Dios se ha callado, que los amigos están lejos, y los que en otros momentos te ilusionaba y te daba fuerzas... ahora parece que ya no sirve. Son esos días en que no te aguantas ni a ti mismo, en que te parece que te has levantado con el pie izquierdo, y se diría que algún demonio se lo está pasando en grande desafinando todas las teclas para que tu música suene mal. Entonces una tentación es rendirse, refugiarse en una burbuja de auto-compasión, tomar distancia respecto a las personas, arrinconar la fe, que parece que ya no nos ayuda, como otras veces. 
              Pues en esos días... cuando parece que se nos caen demasiadas cosas... viene la Palabra de Dios, por boca de san Pablo: La salvación está más cerca que ayer, a la noche le quedan pocas horas, el día, la luz... se nos echan encima.
                Vamos a nombrar ya la «palabrita» tan propia de este tiempo: la esperanza. Sácala del trastero del corazón. La esperanza no es un «engaña-bobos», no es quitar importancia a las cosas que la tienen. Es mirar la dura realidad con otros ojos.

Decía Martin Luther King:

“Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última.” 

          Así que, apoyado en Dios, te invito a que te mires de otra forma. A que confíes de nuevo en ti mismo. A que conviertas todo lo que no va bien en una fuerza transformadora. A que no permitas que las dificultades acaben con lo mejor que hay en ti. La esperanza es una virtud, y como todas las virtudes, hay que entrenarla para que adquiera suficiente musculatura. Porque la razón de nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en el que viene a enseñarnos que la última palabra la tiene Dios, la tiene la vida, la tiene la luz. Y si él está con nosotros (Emmanuel), nada ni nadie podrá contra nosotros. 

            • En segundo lugar, que te despiertes. Cuando uno está dormido, no se entera de lo que ocurre alrededor, a no ser que sea muy estruendoso y nos cause algún sobresalto. Jesús nos invita a «estar en vela», despiertos. Hay muchas cosas en mí, en los otros y en la vida, a las que conviene prestar atención: a los  «brotes de esperanza». Porque hay cosas buenas en mí, en los demás, en la sociedad, en muchas personas. No son espectaculares, hay que mirarlas con atención, serenidad y capacidad de sorpresa para descubrirlas, apoyarnos en ellas y avanzar. Mucho nos ayudará el hacerlo en clave de oración personal.

             Estar despierto también significa «darnos cuenta del momento en que vivimos». Nos pasan y hacemos muchas cosas cada día... pero nos falta tiempo para «digerirlas», meditarlas, aprender de ellas, y tomar las decisiones oportunas. Os invito en este tiempo de tanto ruido, prisas, compras y desenfreno a encontrar momentos -mejor si son diarios- para rumiar las cosas, para ir más allá de la superficialidad a la que nos hemos acostumbrado, para compartir lo más nuestro con quienes lo merecen y desean. Nuestras relaciones personales tienen mucho que mejorar y profundizar ¿no?

            • Y en tercer lugar: «desnudarnos y vestirnos». Nos lo ha propuesto san Pablo. Hay ropas viejas que no nos sientan nada bien, aunque nos sintamos cómodos con ellas. Hay manías, ideas, y obsesiones, costumbres y rutinas, que son instrumentos de la noche.... Me refiero a todos esos estilos de vida que nos bloquean el acceso a Dios, o nos separan de los demás. No hablo solo de pecados, sino de la superficialidad, o la falta de silencio, o el individualismo, o la poca disponibilidad, o el guardarse todo dentro, o el rencor...
               Y ponerse ropa nueva. «Revestíos de Jesucristo». En él encontraréis la mejor sección de ropa y complementos. La ropa que necesitamos no está en las tiendas, ni nos las puede ofrecer ningún Black Friday. Se trata de otra cosa: vida nueva, ilusiones nuevas, actitudes nuevas, nuevos sueños y nuevos proyectos, nuevos ojos y una esperanza para estrenar... Sólo necesito acudir al Evangelio, echar mano de la esperanza y de las otras armas de la luz, para que andemos con dignidad, revestidos del Señor Jesucristo.
         Os deseo que algo «nuevo» ocurra en vuestra vida en Adviento y Navidad.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf