Comentario al Evangelio del

Enrique Martínez de la Lama-Noriega

UNA PIZCA DE FE



Si vacila tu fe (Dios no lo quiera)
y vacila por débil y por poca,
pídele a Dios que te la dé de roca,
¡y acuérdate de mí!
que soy pecador porque soy débil,
pero Dios hizo tan grande la fe mía,
que si a ti te faltara, yo podría
¡darte mucha fe a ti!
(Gabriel y Galán)

       Quienes dialogan con Jesús en esta escena son los apóstoles, sus principales amigos y los más cercanos a Jesús. Y de ellos ha salido esta petición: «Auméntanos la fe».  Me consuela ver que son precisamente los apóstoles, los pilares de nuestra fe, los que están en contacto cotidiano con el Maestro, los que reconocen la fragilidad de su fe. ¡Tantas veces desfallecemos o nos pasan por la cabeza ideas que nos hacen tambalear o cuestionar nuestra fe, nuestra confianza en el Maestro! ¡Qué ignorancia de las Escrituras quienes a veces nos han dicho que «era pecado tener dudas de fe, dudar de Dios». Nos ha dicho el Papa Francisco:

  “Si alguien dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien…Si uno tiene todas las respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él”.

Hoy soplan vientos recios para la fe. Pasaron ya aquellos tiempos en los que, al menos en apariencia, todos el mundo se consideraba cristiano, y vivían su fe sin mayores conflictos ni sobresaltos.  Era «natural» (lo normal) ser cristiano. ¿Pues qué ha pasado para que en pocos años, cueste encontrar quien reconozca humilde y sinceramente: «Yo soy cristiano», «para mí la fe es importante», «no me imagino a mí mismo sin contar en mi vida con Dios». ¿Por qué tantos hermanos se encuentran en una crisis de fe, o la han perdido, o no saben si creen, o en qué creer? Las razones pueden ser muchas. Vamos a fijarnos en algunas de las que aparecen mencionadas en las lecturas de hoy que, puedan ayudarnos a ponernos el termómetro de la fe, y chequear cómo anda nuestro «ser cristianos».

        Podemos comenzar por los que han vivido una experiencia parecida al profeta Habacuc, de la 1ª lectura: se han encontrado con la experiencia del mal, de la injusticia en el mundo, del sufrimiento personal o en otros, y se han preguntado: ¿Dónde está Dios? ¿Qué hace? ¿De qué ha servido que le rezáramos, si las cosas han seguido su curso terrible y nos han dejado doloridos y descolocados? ¿Qué aporta el tener fe cuando se nos muere alguien querido, cuando nos agarra una enfermedad terrible, cuando sentimos que el suelo se hunde bajo nuestros pies?  Han (hemos) gritado  a Dios, protestando, exigiendo alguna respuesta, alguna señal, alguna intervención... ¡y nada pareció ocurrir! El Libro de Job profundiza en este tipo de crisis y de preguntas existenciales.

          ♠ El Evangelio de hoy nos señala una segunda causa: Ideas equivocadas de Dios.  Los apóstoles, influidos sin duda por la mentalidad farisea, ven a Dios como un «amo exigente», y entienden la relación con Dios como una serie de creencias, obligaciones y cumplimientos, según los cuales, ganarían unos méritos -a modo de «puntos»- que Dios tendría que compensar de alguna manera.  De esto nos quedan todavía muchos restos en nuestro cristianismo tradicional: 

«Te estás ganando el cielo a pulso». «Dios se lo pague»
«¿Vale esta misa para el domingo?». «¿Es obligatorio ir hoy a misa?»
«Hay que hacer un sacrificio para que Dios nos ayude»
«¿Qué habré hecho yo para que Dios me trate así?»
«Dios te ha castigado por tu comportamiento»
«Pórtate bien, que el niño Jesús no te va a querer»...
«Pues las monjas no tienen «mérito», porque como no tienen familia que cuidar, se pueden dedicar mejor a su labor.  En cambio nosotros los seglares...»

Méritos, obligaciones, premios y castigos... que no encuentran ningún apoyo en el Evangelio de Jesús.

           Otro ejemplo: Entre los escombros de las Torres Gemelas se encontró un papel de Mohamed Atta, el pilotó del primer avión que fue estrellado y que decía: “Oración destinada a rezarla cuando entres en el avión”: 

“Oh Dios, ábreme todas las puertas,
oh Dios, que respondes a las plegarias y contestas a quien te pregunta,
estoy pidiéndote ayuda, estoy pidiéndote perdón.
Estoy pidiéndote que ilumines mi camino”. (…).
Y terminaba así: “Somos de Dios y a Dios volvemos”. 

          Pero un atentado que se llevó por delante a más de tres mil personas no puede ser fruto de la oración, ni encontrar en ella apoyo. Estamos ante un falso creyente o, quizá mejor, ante alguien que tiene un Dios totalmente deformado. Tampoco anda muy acertado el Patriarca de Moscú de la Iglesia ortodoxa cuando afirma que «aquellos rusos que sacrifican su vida en el campo de batalla en Ucrania lavan todos sus pecados», o que «el dirigente ruso Putin era el único defensor del cristianismo en el mundo» o cuando habla de una «guerra santa» en Ucrania. Por no mencionar al Presidente de EEUU pidiendo a Dios que bendijera sus tropas antes de partir para la guerra. ¡Cuántas barbaridades se han dicho y hecho en el nombre de Dios, y en la mezcolanza entre política y religión! 
     No es raro que todas estas ideas sobre Dios entren en crisis... o provoquen desconcierto y rechazo y perplejidad en aquellos a quienes les resulta imposible «creer» en un Dios así.

          ♠  Podríamos añadir algunas otras causas de la crisis o pérdida de la fe, de orden interno, o personal.  Por ejemplo:

- Muchos cristianos no han recibido más formación que las catequesis infantiles y lo que luego  escuchan en las homilías... y eso les resulta insuficiente para responder a los complicados problemas de la vida adulta. 

- Bastantes cristianos no fueron educados para encontrar a Dios en la oración y comunicarse con él. Aprendieron rezos, ritos, celebraciones... pero no han sido iniciados en una experiencia personal de encuentro con Dios... que es la base de la fe. Y cuando algunos la buscan en la comunidad cristiana... a menudo no encuentran respuestas.

- Hay cristianos que se sienten distantes y poco identificados con ciertas afirmaciones, declaraciones, exigencias, normas y estilos venidos de las jerarquías católicas, especialmente en asuntos de moral y en posicionamientos políticos, que les parecen parciales, trasnochados, injustos, intransigentes, o imposibles de vivir en estos tiempos... Es la desidentificación con la institución eclesial.

- Hay que contar también con los estilos de vida actuales que hacen muy difícil una vida de profundidad, de reflexión, de interioridad.  Vivimos tan ocupados, tan volcados hacia afuera, tan acelerados, tan superficialmente... que no queda resquicio para el silencio, para la reflexión, para vivir consentido, para la maduración personal...

- Sin olvidarnos de la mediocridad: Decía la 2ª lectura: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. No te avergüences de dar testimonio».  Cuando el ser creyente no conlleva una implicación personal con la comunidad cristiana, con la transformación de la sociedad... y se queda en un asunto privado («íntimo») entre Dios y yo y en unas prácticas religiosas... es muy fácil que la fe se vaya apagando por inanición, o quede «momificada».

¿Y qué hacemos con todo esto, que de una manera u otra nos va afectando a todos? 
Cuando los apóstoles reconocen que su fe es insuficiente, y le piden a Jesús que se la aumente, la respuesta de Jesús es algo desconcertante: les habla del «poder» de la fe y les confirma que la suya es menor que un diminuto grano de mostaza. Para empezar: Dios no es como un «amo» exigente con el que hay que cumplir, o , del que esperar «recompensas», sino como un «Padre» que les hará sentar a la mesa, les servirá, les lavará los pies y les dirá: «no os llamo siervos, sino amigos».

           Pablo nos invitaba en la segunda lectura: «reaviva el don que recibiste el día de tu Bautismo», que es un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza. O sea: que lo cuides, porque Dios te lo ha dado (don) y es bueno, necesario, te ayuda. 
El reto es a la vez personal (a mí me toca ser responsable de ese don y madurarlo) y de la Comunidad... porque la fe nunca es un asunto privado, aunque sea personal. La Comunidad cristiana, de la que tú formas parte, debe ofrecer y facilitar los medios necesarios para cuidar, madurar, compartir y transmitir la fe. Necesitamos construir unas comunidades cristianas diferentes, donde nos formemos juntos en la fe, donde la catequesis no sea cosa de niños y adolescentes, sino de todos, donde compartamos la  vida y los compromisos, las dudas y las necesidades de cada hermano; donde aprendamos a «orar» y a encontrar a Dios en nuestra vida diaria; donde purifiquemos nuestras ideas equivocadas de Dios, donde podamos corregirnos fraternalmente cuando estemos metiendo la pata -laicos y pastores-...  Con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Todos somos responsables de la fe de todos... y cada cual, además, lo es de la suya. Aunque sólo tengamos «una pizca de fe».

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf