Comentario al Evangelio del

Luis Manuel Suárez CMF

Queridos amigos:

Hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena, una mujer importante en la vida de Jesús y en la primera hora del cristianismo. De ella se nos dice que fue liberada por el Señor de siete demonios, a partir de lo cual se convirtió en su discípula, siguiéndole hasta el monte Calvario, y en la mañana de Pascua mereció ser la primera en ver al Salvador retornado de la muerte y llevar a los otros discípulos el anuncio de la resurrección. Por eso tiene el título de “apóstol de los apóstoles”.

En el evangelio de hoy se nos habla de unas lágrimas, de un nombre, de un encuentro y de un envío.

Las lágrimas expresan el dolor de María Magdalena, como el de María, la madre de Jesús, las otras mujeres y los propios discípulos, por la pérdida de Jesús. En Él habían puesto tantas esperanzas… y de repente, todo se vino abajo. ¿Cómo seguir adelante, como volver a creer en algo o en alguien, cómo recuperar un atisbo de esperanza… si el Maestro había sido ajusticiado de la peor manera que podía suceder, cubriéndose así de sombra todos los recuerdos de su vida? Pedro también lloró, tras las negaciones… A Judas le faltó llorar su traición y dejar que esas lágrimas le limpiaran el alma… María llora ahora al amanecer, cuando aún está oscuro y ha ido al sepulcro, quizá a recordar, quizá a embalsamar… ¡sin saber que el sepulcro está vacío! “Mujer, ¿por qué lloras?”…

Son quizá esas mismas lágrimas, y todo lo que significan, las que le impiden reconocer a Jesús, que se le hace presente: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Sólo cuando escucha su nombre de la boca del Maestro es capaz de reconocerle. Ese nombre que habría sido pronunciado también cuando el Señor la curó de sus males y en tantos otros momentos en el camino del seguimiento. “¡María!... “ “¡Maestro!”.

Y con ello se produce el encuentro… Contra todo pronóstico, Jesús sigue estando ahí, como el Viviente, capaz de encontrarse con quien le busca, y capaz de seguir llamando por el nombre. Y con ello viene el envío: “ve a mis hermanos y diles…”, un envío que María Magdalena cumple al instante: “He visto al Señor y ha dicho esto”.

La historia de María Magdalena es también nuestra historia, aunque el orden de los acontecimientos pueda variar: ser curados por el Señor de nuestros “demonios”, emprender un camino de seguimiento, sentir que lo perdemos, llorar la pérdida, ser llamados por nuestro nombre, reencontrarLe… Ninguna relación personal suele ser una línea recta, y tampoco lo suele ser nuestra relación con Jesucristo. Y entre esas idas y venidas, se va haciendo nuestra pequeña historia que se integra en la gran historia de Salvación de Dios con la humanidad. Para ser, como María la de Magdala, enviados a anunciar a otros que Cristo sigue vivo y que se manifiesta generosamente a quien lo busca. ¿Aceptas este regalo y este desafío?

Vuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF (@luismanuel_cmf)