Comentario al Evangelio del

CR

Queridos amigos:

Ya os decía, hace unos días, que la descripción de la comunidad, que hacía el libro de los Hechos, lo era del sueño que albergaban los primeros cristianos. Quiero decir que representaba el ideal, pero no era una fotografía de lo que ocurría. Juntos, por ejemplo, compartían el ideal de que todo lo tuvieran en común y que nadie pasara necesidad. Pero la realidad era más conflictiva que los ideales. De hecho, los discípulos grecoparlantes se quejan contra los hebreoparlantes, no por cuestiones lingüísticas, sino por algo mucho más serio: éstos no atienden a las pobres viudas de aquéllos. Y esto genera una discusión que fractura a la comunidad. Hay conflicto. Pero, ¿qué es lo que hace de él un conflicto que no es insalvable? Pues, precisamente, el hecho de que todos participan de la misma visión soñada y todos quieren hacerla cada vez más real.

No hay cosa peor que perder los sueños comunitarios. Perdido el sueño, se pierde la esperanza de construir una comunidad más evangélica. Se tira la toalla y se justifica esta postura, diciendo que no hay que ser idealistas y que esto no da más de sí. El sueño ha dejado de convertirse en ideal tensional que tira de las voluntades hacia arriba y hacia el centro.

Frente a esa postura, hay que mantener el deseo de crecer. Hay que recuperar el propio atractivo carismático. Hay que vencer la mediocridad y el miedo a la noche cerrada y al viento fuerte, que puede golpearnos. Hay que escuchar la voz de Jesús que nos dice: "soy yo, no temáis". Hay que adherirse a Él personal y colectivamente. Hay que dejarse moldear por Él. Y hay que decir testarudamente que, con la fuerza de la resurrección, otra comunidad es posible.