Comentario al Evangelio del

CR

Queridos hermanos:

Nuestra época ha sido denominada como la del “pensamiento débil”, de la “caída de las utopías”, desaparición de los “grandes relatos”…. Hemos dejado atrás los tiempos del denostado dogmatismo, las certezas a toda prueba, las convicciones profundas. Por supuesto, esto no es aplicable a todos los campos: nadie duda de su derecho a un buen salario por el trabajo que realiza, ni de la obligación que tiene el Estado de proporcionarle una serie de prestaciones en educación, sanidad, vivienda, deporte… ¿Tendremos mayor clarividencia en los pequeños campos de nuestros intereses personales que en lo que la filosofía antigua llamaba principia per se nota (principios evidentes)?

Naturalmente que hay reacciones contra esa relativización generalizada de criterios y valores. Y no es fácil la coexistencia de ambas actitudes. El escéptico llama fanático a quien se apoya en criterios sólidos; y éste llama superficial al relativista que está de vuelta… Tolerancia e intransigencia, rigidez y relativismo, fanatismo e indiferencia...  larga serie de binomios mal avenidos...

Los libros de los macabeos, cuya lectura iniciamos hoy, ofrecen muchos ejemplos de todo esto. El imperio seleúcida persiguió a muerte la fe judía. En tal situación, algunos judíos no fueron meramente “flexibles” sino lisa y llanamente apóstatas de sus prácticas y convicciones religiosas, por comodidad y para no correr riesgos. Otros judíos de creencias más sólidas procedieron con violencia y sin miramientos contra los primeros. Y la historia posterior –como bien sabemos- está llena de fanatismos inflexibles y de deserciones cobardes.

¿Cuál fue el comportamiento de Jesús en materia de convicciones y tolerancia? ¿Encontraremos en él alguna orientación para nuestras vidas de creyentes? Parece que nadie pudo tildarle de fanático; más bien algunos le consideraron “flojo” tanto en sus prácticas religiosas como en sus opciones políticas. No pudieron arrancarle una condena explícita de la ocupación romana ni que demostrase su fidelidad a la alianza evitando el trato con pecadores. En uno y otro campo tenía mucho mayor amplitud de miras…

Pero Jesús se dejó ajusticiar por su forma de entender la fidelidad. Fue constante y coherente en su presentación del proyecto del Padre, y el riesgo de morir no le llevó a desdecirse de nada, ni al más mínimo disimulo. La causa para la que vivió era para él de más valor que la propia vida. Y sin embargo no fue un amargado o agresivo contra sus contemporáneos, ni los menospreció: lo suyo fue la comprensión de debilidades sin renunciar a altos ideales. Vivió la utopía, las grandes convicciones,… mostrando que sin ellas la vida no vale la pena. Y el desprendimiento de ventajas personales fue su garantía de veracidad. ¡Una llamada a la lucidez y a la recuperación de elevados ideales, a vivir para grandes causas, sin sucumbir a la tentación de eliminar a quien no las perciba!