Comentario al Evangelio del

Fernando Torres cmf

 

      Primer día de esta semana en la que vamos a celebrar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Como es misterio, no vamos a tratar de explicarlo. Se trata sencillamente de contemplar con el corazón abierto. Se trata de acoger sin condiciones. Algo parecido a lo que hicieron Lázaro, Marta y María. Eran los amigos de Jesús. Confianza de años. No hacían preguntas. Simplemente tenían abierta su casa para él. Le querían y le querían sin condiciones. Así es el verdadero amor, la verdadera amistad. Jesús ya era de la familia. Todo lo que había en la casa era poco para ofrecer a aquel amigo que les visitaba de vez en cuando. Los mejores manjares, el mejor servicio. Y, si se tercia y hay posibilidad, el mejor perfume para ungir sus pies cansados del camino. 

      Aunque siempre hay alguno que estropea la fiesta y se pone en plan crítico. ¿Para que vaciar la despensa? ¿No es uno más de la familia? Se le saca lo de todos los días y basta. Y, ¿qué es eso de andar derrochando perfumes cuando eso podía ayudar a los pobres? Está claro que Judas no había entendido mucho lo que era el amor incondicional, ni lo que era una relación entre personas generosa y abierta. Da la impresión de que Judas estaba acostumbrado a calcular, a razonar todo. Lázaro, Marta y María habían entendido la novedad de Jesús y lo manifestaban en su acogida sin límites, en su amistad sin condiciones. 

      En esta semana que comenzamos llena de celebraciones con muchas palabras y muchos símbolos y muchos ritos nos conviene imitar la actitud de Lázaro, Marta y María. No se trata de calcular y razonar. Se trata simplemente de acoger, de contemplar. Se trata de hacer de nuestro corazón la casa familiar donde Jesús sea acogido y donde nosotros simplemente estemos a su lado, sintiendo con él, acompañándole. Sin más. Porque el misterio no se descifra ni se estudia ni se cuenta en un libro a base de argumentos y razonamientos. El misterio se contempla. Y se va dejando que, poco a poco, esa plenitud del amor de Dios manifestado en la vida de Jesús y, sobre todo, en sus últimos momentos, vaya llegando a nuestro corazón. Y nos inunde de alegría y de esperanza. Y nos vaya haciendo capaces de amar y acoger y servir a nuestros hermanos y a descubrir en ellos el misterio del amor de Dios hecho carne.