Comentario al Evangelio del

Óscar Romano, cmf

A la paz de Dios: 

Cuando se detuvo el mundo el 14 de marzo no sabíamos qué iba a pasar. Un virus pequeño, desconocido, universal, parece que venía dispuesto a descoser las costuras de nuestra sociedad. Tocaba quedarse en casa, replegarse, paralizar las existencias a los mínimos vitales. Un general estado de hibernación. Al descubierto quedaban nuestras grandezas y nuestras miserias, las personales y las colectivas. La prudencia se quedó a vivir en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestros mercados. Era tiempo de lavar las manos y mantener distancias. Los besos y los abrazos se guardaban en los cajones de la ropa de invierno. Los parques se quedaron sin niños y las pantallas se llenaros de apuntes, llamadas y teletrabajo. 

Era tiempo de cuarentena y de cuaresma. Una dura travesía del desierto. Nos decían que nos quedáramos en casa, pero con dolor descubrimos que algunos -¡ay!- no tenían casa donde quedarse. El cierre de la economía supuso echar la cortina a todas esas personas (cientos, miles) que viven al día. Nos alegramos cuando nos decían que aumentaba el número de curados, y se nos escapaban las lágrimas cuando la muerte tocaba a nuestra gente. Los balcones se llenaron de aplausos a todos los que estaban en primera línea, pero también se puso en evidencia que no estábamos preparados para esto, que faltaban medios de hoy y de ayer, que cuando recortas la manta terminas con los pies fríos. Aunque todo se paró algunos se seguían moviendo, y dimos las gracias por los trabajos de tantas personas que antes no apreciábamos.  

 Ojalá este tiempo a todos nos haya posibilitado encontrarnos, como Felipe, con el verdadero rostro de Dios, el Padre. En el dolor y en la esperanza, en el hacer y en el esperar. Porque ha sido una oportunidad para construir Reino. Porque podemos pedir de corazón lo que más necesitamos: salir de ésta con los deberes aprendidos: no solo revivimos sino resucitamos.  

Vuestro hermano y amigo 

Óscar Romano