Comentario al Evangelio del

Carlos Latorre, cmf

Queridos amigos:

Ayer leíamos en el evangelio que los gerasenos pedían a Jesús que saliera de su territorio porque muchos cerdos se habían perdido, aunque un pobre hombre se curó y volvió a su sano juicio. Sí, Jesús hizo un milagro, pero también hubo pérdidas materiales para los dueños de aquellos animales. En el evangelio de hoy leemos que el jefe de la sinagoga, Jairo, le suplica a Jesús que entre en su casa. Y con Jesús entran todas las bendiciones, incluida una imposible para los humanos: la vida nueva para su hijita muerta.

San Marcos en el evangelio nos cuenta lo que pasó: Jesús la tomó de la mano y le dijo: “Talitha kumi, es decir: Niña, a ti te digo, levántate” . La fe del papá, Jairo, unida al amor de Jesús por la vida de aquella niña, dan paso al milagro humanamente inexplicable. Con toda razón se dice que Jesús aparece como el único médico capaz de otorgar al ser humano su genuina dignidad, la vida verdadera y la paz para el cuerpo y para el alma. Resucitando a la hija de Jairo, el poder de Jesús se hace todavía más palpable, porque es capaz de comunicar la vida incluso a quien yace en la muerte.

El otro milagro es la sanación de una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años. Esa enfermedad la hacía legalmente marginada por la impureza de la sangre. Y es que la ley de los judíos en el Antiguo Testamento atribuía a las hemorragias tanto de la menstruación como por enfermedad una maldad totalmente involuntaria. Según esa ley la mujer quedaba impura y herida en lo más profundo de su ser. Jesús se deja tocar por ella, es decir, se hace solidario con su dolor y afirma delante de todos que la fe de aquella mujer ha sido una medicina tan eficaz, que ha sanado su cuerpo y su alma.

Ambos prodigios revelan el poder de Jesús y resaltan el valor de la fe sencilla de una mujer y de un padre desesperado, pero confiado en el poder de Jesús. Ambos se convierten hoy en modelos de fe para todo cristiano. Una fe que no se rinde ante ninguna enfermedad o desgracia.

Otra riqueza de la palabra de Dios en este día la encontramos en la primera lectura que habla del rey David y de la rebelión de su hijo Absalón.

Como su padre David está ya viejo, el hijo está impaciente por ocupar el trono y se levanta contra él. La inexperiencia hace que el joven caiga asesinado en el enfrentamiento de las tropas. Uno del bando del rey corre a contarle a David las últimas novedades:

“El rey le preguntó: «¿Está bien mi hijo Absalón?»

Respondió el etíope: «¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!». Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! iHijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!».

Es el ejemplo de un auténtico padre que prefiere él la muerte antes que la de su hijo por más injurias que le haya hecho y maldades que haya cometido.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos Latorre

carloslatorre@claretianos.es