Comentario al Evangelio del
Queridos hermanos:
No eran buenas las intenciones de aquel Maestro de la Ley que se acercó a Jesús para plantearle su pregunta. Pero no por eso deja de ser una pregunta fundamental para hacernos, mejor: hacerle al Señor con cierta frecuencia en nuestra vida. Quizá hoy casi nadie la formularía como aquel jurista: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Parece que hoy para muchos lo de la vida eterna no es una gran preocupación; bastante tienen con ocuparse del «cada día». Pero formulada quizás de otra manera... sí que sea una pregunta muy presente en el corazón de muchos, aún más cuando esta fuerte crisis está haciendo tambalear muchas de las seguridades que antes nos sostenían. Tal vez así: «¿cómo saber si mi vida merece la pena?», o bien «¿qué me hace falta para sentirme satisfecho con lo que estoy haciendo con mi vida?».
Es muy probable que nuestra vida esté llena de ocupaciones, obligaciones, compromisos, actividades, personas... Tanto, que no pocas veces nos vemos desbordados, o acelerados, o... con la sensación de que no vivimos nosotros nuestra propia vida. Y sin tiempo para «sentirnos» por dentro, para hacernos preguntas importantes. Es a veces la propia vida la que nos obliga, con sus «descoloques»: perder el trabajo, la salud, un fracaso amoroso, la quiebra de la amistad, un traslado...
En todo caso, la pregunta es importante. Y más aún hacérnosla sinceramente delante del Señor (hacérsela a él): Seguramente seamos personas correctas, buenas gente, que llevemos un vida honrada, que vivamos con cierta exigencia nuestra fe... Pero el Señor, seguramente, espere de nosotros «un poco más». Ese poco más tiene que ver con la segunda pregunta del maestro de la Ley: ¿quién es mi prójimo? ¿qué tengo que hacer con mi prójimo?
Algunas claves, desde la parábola, que nos pueden ayudar:
- Alguien que se cruza en nuestro camino, y a quien no prestamos atención, porque andamos en nuestras cosas.
- Alguien que nos puede complicar la vida: el tiempo, el bolsillo, la atención...
- Alguien a quien muchos otros no hacen caso, que no nos resulta interesante, o incluso es molesto...
Claro que con estas claves (y otras que podríamos añadir) se pueden multiplicar los «prójimos» hasta el infinito. Pero el «prójimo» es «uno que está cerca». No es asunto de números. Es «uno». Pero sobre todo es una «actitud». Creo que uno de los signos de los tiempos hoy es el gran número de personas que andan «heridas» esperando que alguien «se haga cargo» de ellas, alguien que preste atención a sus heridas, que se interese por lo que les pasa. En definitiva: actuar como Jesús. Pues anda, ve y haz tú lo mismo... para que tu vida merezca la pena... para ellos... y para Jesús.