Comentario al Evangelio del
Queridos hermanos:
El calendario litúrgico ha querido hacernos coincidir en esta semana varios pasajes evangélicos centrados en la pequeñez de un niño como modelo de vida cristiana; y a la vez, ha querido mostrarnos testigos diversos (muy distintos!) que entre otras cosas, tienen en común su pasión misionera por extender el Evangelio y su convencimiento interior por vivir sencilla y humildemente. Teresa de Liseaux, Francisco de Borja y, hoy, Francisco de Asís. Sin duda, el más universal y representativo signo de la pobreza y la sencillez, no solo para los creyentes sino para todo el mundo. Francisco fue más que pequeño: ¡quiso ser menor!, siempre menos que…
Cuentan de Francisco, que allá por el año 1208, recién terminada la reparación de la iglesia de San Damián, solía vestir con túnica, sandalias, cinturón de cuero y bastón; usaba alforja y recibía limosnas, hasta que un día, en misa, oyó el pasaje evangélico de hoy y exclamó: "Eso es lo que buscaba, y lo que quiero practicar con todo mi corazón", y se desnudó de nuevo. En adelante no quiso tener nada más.
De vez en cuando la Historia nos regala personas que hacen realidad lo que muchos soñamos o teorizamos. Francisco vivió la pobreza y sencillez del Evangelio de una manera tan real, que parece no imitable. Quizá es don particular de Dios a Francisco y en él, a la Iglesia y al mundo. Pero a nosotros, al menos, sí puede Dios ayudarnos alimentando nuestro deseo, nuestra fe y nuestra esperanza de vivir en semejante desnudez (más allá de los bienes materiales).
Los habitantes de Corozaín y Betsaida no son capaces de reconocer en Jesús y sus milagros los signos de una presencia “única” de Dios. No fueron capaces de mirar más allá de los gestos y de las palabras y descubrir tras ellas el rostro de Dios, y por eso Jesús pasó de largo.
¿Conocemos de verdad a Dios? ¿Sabemos cómo actúa? ¿Sabemos lo que quiere de nosotros? ¿Sabemos lo que quiere de los demás? A veces diseccionamos tanto a Dios que le perdemos, y perdemos el misterio que se revela en los claroscuros, en el silencio, en la escucha, en la mirada profunda, el Misterio que nos trasciende y sin embargo nos llena a cada instante. Dios se nos revela en la “profunda sencillez” de la humanidad de Jesús.