Comentario al Evangelio del
Queridos amigos y amigas:
En la primera lectura Lucas nos sigue presentando de forma cuidadosa la difusión del Evangelio, lo hace con categorías teológicas cada vez más distantes del judaísmo oficial. En el texto de hoy aparece un etíope, es un personaje que viene de lejos, no-judío desde el punto de vista étnico, desde los parámetros de la comunidad judía es un prosélito. Es un eunuco, uno que según el Deuteronomio no puede ser admitido a la comunidad del Señor, pero que desde el texto de Isaías no será excluido.
Felipe es enviado por el ángel del Señor a este personaje, el Espíritu lo guía a la obra que debe cumplir desde su mediación apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el siervo sufriente Felipe mete en consideración la misión salvífica del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura. La gran pregunta es: «¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?». La primera comunidad cristiana relee a la luz de la Escritura y sobre todo de los profetas la vida de Jesús. Por medio de la mediación eclesial y con la gracia de Dios se abre el don de la fe que se sella con el bautismo, de donde brota una vida nueva que lleva a la salvación.
En el Evangelio de Juan seguimos profundizando en el discurso del «Pan de vida», el evangelista coloca las expresiones: «Yo soy el pan de la vida», «Yo soy el pan vivo bajado del cielo». Este «Yo soy» hace referencia a la revelación de Yahveh a Moisés en el Monte Sinaí. Con ello se nos quiere indicar la identidad divina de Jesús en medio de una realidad tan humana como el pan y el acto de alimentar. En Jesús Resucitado se nos revela una vida autenticamente nueva que vence la muerte. El Hijo es la mediación que nos conduce al Padre, escuchar y ver al Hijo es escuchar y ver al Padre, esta experiencia es la que nos conduce a la vida en plenitud.
Este texto y en su conjunto todo el discurso del Pan de vida (Jn 6, 22-51) puede ser leido en relación con el Prólogo del Evangelio de Juan (Jn 1, 1-18). En esa relación descubrimos que la carne-pan que Jesús nos da es su Palabra. Esta sacramentalidad nos ayuda a redescubrir a Jesús Resucitado realmente presente también en su Palabra. Esto encierra un dinamismo, como lo celebramos en cada Eucaristía, donde la Palabra se convierte en pan, el cuerpo de Jesús que nos alimenta. ¿Descubro la presencia de Jesús en su Palabra? ¿Soy capaz de escuchar la Palabra de Dios con la misma reverencia como cuando voy a comulgar? Pidamosle al Señor que su Palabra sea el corazón de nuestra espiritualidad.
Fraternalmente, Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com