Comentario al Evangelio del

Severiano Blanco, cmf

Queridos hermanos:

Quienes participamos diariamente en la Eucaristía, habremos podido observar que hoy se nos ofrece una nueva narración de la creación, que hemos meditado hace un par de días. Hoy se nos dice en prosa, bajo el género de hermosa leyenda, lo que antes se nos dijo en un solemne poema. Los Santos Padre hablaban de la admirable condescendencia de Dios, que nos transmite su verdad en lenguaje humano y con las formas y géneros usuales entre nosotros.

Además el autor bíblico echa mano de leyendas ya existentes en el Oriente Medio, pero pedagógicamente purificadas para nosotros. Un mito muy conocido hablaba de una guerra entre los dioses buenos y los dioses malos; los primeros habrían vencido, y con la sangre de los malos habrían amasado el barro para crear al hombre. Omitiendo estos datos politeístas y burdos, el Génesis nos enseña, con gran sencillez y profundidad, que somos terrenos y supraterrenos: barro modelado por Dios y vivificado por su aliento. Debemos comprometernos con la materia, con el planeta, sin olvidar que somos más que materia.

Y a esa antropología se añade una teología de la creación, como algo hermoso, útil y puesto al servicio del hombre. Dios desea un mundo harmónico, bello y fértil, y un hombre feliz como centro de la creación. Lo uno y lo otro tan excelente que Dios mismo bajará a “pasear con el hombre a la hora de la brisa”.

Pero junto a ello está la historia del “árbol misterioso”, que no se debe tocar. También figuraba en leyendas corrientes, a las que el autor del Génesis da un nuevo contenido. El hombre de todas las épocas ha pretendido dominar lo divino, manipular a Dios; ha practicado magia y brujería, adivinación por cuantos medios se ha imaginado, nigromancia; se ha negado a respetar el misterio de Dios. Y esto continúa: por ahí están los autodenominados “videntes”, los echadores de cartas, los brujos, los que dicen que tienen “poderes”… Quizá incluso se han multiplicado en nuestro tiempo, como contrapeso al secularismo que ha pretendido negar todo espacio a Dios. Pero la increencia no se combate con superstición, sino con auténtica fe, que implica “respeto” a Dios; “ahora ya sé que temes a Dios”, se le dice a Abrahán. Seamos admiradores y buenos cuidadores de la creación, y agradecidos y respetuosos con el Creador.

Y no podemos concluir sin hacer un subrayado en el evangelio. A propósito del joven David, a quien Dios elegía para ser rey de Israel y prefiguración del futuro mesías, dice el anciano Samuel que “los hombres ven la apariencia, mientras que el Señor se fija en el corazón” (2Samuel 16,7). Si algo fustigó Jesús fueron las exterioridades que no iban acompañadas de la correcta actitud interior; ¿qué sentido tienen purificaciones externas, “lavarse las manos”, cuando lo que está sucio es el corazón? Hagamos hoy nuestro el conocido cántico: “Danos, Señor, un corazón nuevo; derrama en nosotros un espíritu nuevo”.

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf