Comentario al Evangelio del

Edgardo Guzmán, cmf

Queridos amigos y amigas:

Hoy celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor. El relato del evangelio de este día es sorprende, desconcertante, nos anuncia el gran misterio de nuestra fe: la Encarnación. El ángel de Dios es enviado a una joven virgen, María de Nazaret, para comunicarle la alegre noticia que ella ha sido elegida para concebir en su vientre al Hijo del Altísimo. Como era natural, ella le pregunta «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le revela que concebirá por «obra y gracia del Espíritu Santo». Y María se abandona al designio misterio de Dios, «aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra».

El Dios en el que creemos los cristianos es un Dios que se ha hecho carne, que ha puesto su tienda entre nosotros. Un Dios que pide la colaboración humana para realizar su plan de salvación. En este núcleo de la revelación cristiana se basa nuestra fe y nuestra experiencia espiritual. Dios omnipotente y poderoso sale de su misterio y se comunica por medio de obras y palabras, que están siempre íntimamente unidas, para invitarnos a entrar en comunión con Él. En ese proceso de autorevelación el mismo se entrega, se da, se dona: «la Palabra se hace carne». Así como María a todos los cristianos se nos invita a entrar en ese dinamismo de la Encarnación.

María, la esclava del Señor, representa el prototipo del creyente por su fe, su disponibilidad, su pobreza, su humildad, y sobre todo por su capacidad de encarnar la Palabra. Recordemos aquel pasaje de Lucas cuando una mujer le dice a Jesús: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!», él le responde: «Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Cf. Lc 11, 27). Como indicando la dimensión más profunda de la maternidad de María, que está más allá de lo meramente biológico, ella le concibe primero en la fe. Su vida ha sido fecunda porque ha sido capaz de escuchar la Palabra y guardarla en su corazón.  

La celebración de la Anunciación es una buena ocasión para agradecer el inmenso regalo de la Encarnación de Dios en nuestra historia, y para pedir la gracia de saber escuchar su Palabra para hacerla vida en nuestro día a día. Que como María seamos capaces de decir: ¡Hágase en mi según tu Palabra!

Su hermano en la fe,
Edgardo Guzmán, cmf.