Comentario al Evangelio del

Fernando González

Queridos amigos:

Empezamos semana y mes. A lo largo de esta semana vamos a leer varios fragmentos del libro de Amós. Hoy lo llamaríamos un libro-denuncia, o un libro políticamente "no correcto". El profeta le hace ver al pueblo lo que éste no quiere ver: que "vende al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias". Ya no se trata de pequeños oráculos de condenación sino de una verdadera querella que Dios presenta contra los opresores. Israel, que tantas veces ha sido víctima de la opresión de otros pueblos, reproduce en su interior una historia de injusticia y de antifraternidad.

Cuando contemplamos la interminable crisis de Oriente Medio caemos en la cuenta de que la historia se repite en sus trazos gruesos, como si nunca acabáramos de aprender la lección. Pero esto no se da sólo en las relaciones internacionales sino también en las relaciones interpersonales. Los agredidos se convierten en agresores, como si nunca pudiéramos escapar del círculo de la violencia.

El evangelio de Mateo nos propone un fragmento que también podríamos calificar de duro. Jesús, con sus curaciones milagrosas, ha provocado en algunos el deseo de seguirlo. Es probable que cualquier maestro hubiera aprovechado el tirón popular para hacer demagogia, como suelen hacer a menudo los políticos. Jesús, por el contrario, les presenta a los espontáneos seguidores dos condiciones duras: la itinerancia en pobreza ("el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza") y la apuesta por la novedad del Reino ("deja que los muertos entierren a sus muertos"). Creo que no se trata de exigencias ascéticas reservadas a los atletas del espíritu, sino de algo mucho más rico y profundo. Jesús invita a sus seguidores a jugarse el tipo, a no andar encendiendo una vela a Dios y otra al diablo. No busca seguidores "diez", pero sí seguidores que no teman el riesgo de vivir como él.

Leyendo estas palabras he pensado en la presentación "suave" que hoy solemos hacer del evangelio. Si todo vale, nada merece la pena. El aburrimiento y la tristeza están asegurados.