Comentario al Evangelio del

Juan Carlos Martos cmf

Queridos amigos y amigas:

La vocación de Leví, tal como aparece en el evangelio de hoy, redunda en el tema vocacional omnipresente en los comentarios a la Palabra de esta semana. Destaquemos dos estampas que dividen el relato:

La chocante inmediatez de la respuesta de Leví. La narración de su vocación juega sobre todo con el lenguaje no verbal. Solo hay una palabra central y decisiva: “Sígueme”. Lo demás son gestos: Por parte de Jesús: mirar y ordenar. Por parte de Leví: levantarse y seguirle. Los de Jesús expresan comunicación profunda. Los de Leví esparcen perfume pascual. Levantarse sugiere despertar a una nueva vida, transformarse, resucitar, sacar desde dentro lo mejor de sí mismo… Y seguir a Jesús condensa ese proyecto de vida que se centra en la cercanía (mantenerse junto a Jesús) y movimiento (desplazarse por donde Él conduzca, sea donde sea). Y no se añade ni un complemento más en el relato. Leví no pide explicaciones, ni pone objeciones, ni opone resistencia, ni exige un tiempo para discernir, ni sabemos si reacciona con alegría o con temor… Una decisión así podríamos catalogarla, en palabras de Ignacio de Loyola, como elección de primer tiempo: “Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad, que sin dubitar ni poder dubitar…” [EE 175]. Es la modalidad de vocación tipo “flechazo”, que altera súbitamente la vida de la persona por seducción, por “embrujo”. Vocaciones así sigue habiéndolas. No son rara avis.

La equívoca idoneidad de Leví. Más allá del puritanismo de los maestros de la ley que desaprueban de plano la actitud de Jesús por comer con publicanos y pecadores, nos plantea un problema sobre la idoneidad vocacional de no fácil respuesta: ¿Por qué son necesarios ciertos requisitos formales al recomendar a alguien que siga una vocación cristiana o de especial consagración? Hoy la Iglesia no solo los pide sino que los urge de forma perentoria por causa de los difundidos casos de escándalos que tantos problemas y sufrimientos siguen acarreando. ¿Por qué Jesús parece desentenderse de esas exigencias y, al menos aparentemente, se muestra tan incauto? ¿Por qué les responde a aquel grupo discrepante que no ha venido a llamar a justos sino expresamente a los pecadores? La respuesta a estas cuestiones queda insinuada de forma latente en aquellos verbos, mencionados más arriba, que expresan la reacción de Leví: levantarse y seguir a Jesús. No son gestos meramente físicos… sino actitudes profundas que se desencadenan. La mirada y la llamada de Jesús son transformantes… y Él no llama nunca a nadie sin haberle concedido previamente lo que necesita para seguirle.

Nosotros, que somos pecadores, hoy podemos decirle al Señor que pasa a nuestro lado aquellas insuperables palabras de san Agustín: “Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”.

Juan Carlos Martos cmf