Comentario al Evangelio del

Pablo Largo

Queridos amigos:

Imaginemos que el sacristán de la capilla o la sacristana de la iglesia encienden las velas y que luego les ponen un capuchón que impide por completo que pase la luz. ¿Para qué las ha encendido? Judas habría dicho: “¿a qué viene ese dispendio?”. Si acaso, se explicaría porque quieren darnos una sorpresa, tirando a su tiempo del capuchón y dejando al descubierto algún efecto llamativo.

El candil está para iluminar la estancia; la semilla, para producir fruto; la tierra, para ser fecunda, no para quedar yerma; el pan, para ser comido; el talento, no para guardarlo en el calcetín, ni para enterrarlo, sino para producir dinero. El testigo está para declarar, y el testigo del evangelio, para expandir la buena noticia, ponerla en el candelero y dejar que alumbre a todos los de la casa.

Una primera llamada puede ser esta: “descubre tu don y produce con él”. Podemos fijarnos en la lista de dones que presenta el apóstol Pablo en su carta a los cristianos de Roma: “Puesto que tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios nos ha confiado, el que habla en nombre de Dios, hágalo de acuerdo con la fe; el que sirve, entréguese al servicio; el que enseña, a la enseñanza; el que exhorta, a la exhortación; el que ayuda, hágalo con generosidad; el que atiende, con solicitud; el que practica la misericordia, con alegría” (Rom 12,6-8). Me puedo preguntar: ¿cuál es mi don? ¿Cómo lo ejerzo?

La segunda llamada sería esta otra: “sal de la clandestinidad y da testimonio”. En el discurso del monte, Jesús señala los dos extremos que ha de evitar el discípulo: la exhibición del que, a los cuatro vientos, hace propaganda de su ego, de sus limosnas, de su ayuno, de su oración; la inhibición del que, por pereza o por miedo y deseo de preservar un yo inseguro, se encoge y encierra en su concha. Pero el Señor no nos ha dado un espíritu de encogimiento, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio (2 Tim 1,7). Los dos extremos son inadecuados, porque uno y otro centran demasiado la atención en el propio yo, y lo propio del testigo es cierto olvido de sí mismo. ¿Cuál de los extremos es que más me tienta?

Fraternamente
Pablo Largo