Comentario al Evangelio del

Pablo Largo, cmf

Queridos amigos:

El Juan Bautista que nos presenta el cuarto evangelio no es el hombre perplejo de Mt 11,2-6. Conoce perfectamente la verdad de Jesús y conoce también a la perfección la propia verdad. De ahí le nacerá la verdadera alegría: de la conciencia de la propia verdad y de la propia misión; del conocimiento y la celebración de quien es la Verdad.

Sabemos que quien aspira por encima de sus posibilidades fracasa; y lo mismo quien, subiendo en el escalafón, al final alcanza su nivel de incompetencia y en él se queda estancado por tiempo indefinido. Por eso nos importa tanto conocer nuestra propia verdad. En un libro similar a los de Murphy se hablaba de una maestra de párvulos que realizaba su labor con extraordinaria competencia y con reconocimiento general.

Le ofrecieron otros puestos, pero ella no los aceptó. Había conocido la propia verdad y quería apurar la copa hasta el final, explorando nuevos sabores y conociendo nuevos territorios que todavía le quedaban por descubrir. ¿Acertó? ¿Se equivocó? Sospechamos que lo primero: cualquier empeño humano que no sea puramente mecánico da de sí lo suficiente para colmar una vida. En todo caso, cada cual ha de llevar a cabo el propio discernimiento y tomar la decisión que considere correcta, no cediendo a cantos de sirena ni a intereses espurios.

Sabemos también -lo recordábamos hace unas semanas- que quien aspira por debajo de sus posibilidades enferma. Tanteemos sin miedo las nuestras. Juan Bautista conoció su propia verdad, la vio en relación con la verdad de Jesús y la vivió en función de ésta. Ni se encogió ni se abultó. Él, como el "rey" Baltasar (Dn 5), como todos, como tú y yo, fue pesado, contado, medido. Dio su peso, su número y medida.

De esa armonía con su verdad profunda le vino el gozo colmado.

Os desea un feliz fin de semana, vuestro amigo:
Pablo