Comentario al Evangelio del
Queridos amigos y amigas:
Ya os dije el miércoles que esta semana era como una catequesis concentrada sobre la identidad de Jesús. Pues bien, por si no fueran suficientes los títulos presentados los días anteriores, hoy, el evangelio de Juan, nos regala seis más, aunque algunos ya han aparecido. Jesús es "aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas" (1), el "hijo de José" (2), el "de Nazaret" (3), "Rabí" (4), el "Hijo de Dios" (5), el "Rey de Israel" (6). Para completar el número perfecto de siete, Jesús mismo añade uno de su cosecha, el que más le gusta a él: "Hijo del Hombre" (7). Decidme si es posible hacer un retrato más completo en tan pocos versículos. Del país de Jesús se dice, con una pizca de ironía, que tiene mucha historia para tan poca geografía. Hoy, a la vista de este texto, podríamos decir que tiene mucha cristología para tan poca literatura. Jesús aparece, en primer lugar, como un verdadero hombre de carne y hueso. Tiene un padre (José). Vive en un lugar (Nazaret). Es decir, es uno de los nuestros, no un fantasma o un extraterrestre. Por su actividad puede ser calificado de rabí (maestro). Pero esta condición no logra explicar a fondo su identidad. Jesús no surge por generación espontánea. Es la respuesta de Dios a la espera de un pueblo ("aquel de quien escribieron la Ley y los Profetas"), incluso es el verdadero Rey de este pueblo. Es la realización de esa figura misteriosa que aparece en el libro de Daniel ("hijo del Hombre"). Es, en definitiva, la manifestación más plena del amor de Dios ("Hijo de Dios"). Ninguno de estos títulos agota su misterio, pero entre todos nos ayudan a no dejar fuera ninguna de las dimensiones de la fe. En Jesús de Nazaret contemplamos el misterio del hombre y el misterio de Dios.
Permitidme ahora que, saliéndome un poco del marco litúrgico, haga referencia a lo que sucede todos los años en mi país, España, cuando llega la noche del 5 de enero. Esta es una noche muy especial para todos, especialmente para los más pequeños. Es la noche en que llegan a cada casa los Reyes Magos cargados de regalos. Basta colocar un zapato en la puerta o en la ventana y algún obsequio para los reyes y sus camellos. No recuerdo haber esperado nada con tanta impaciencia como la llegada de esta noche cuando era un niño de cuatro o cinco años. Me parecía increíble que los Reyes tuvieran tiempo para acordarse de mí, para leer mi carta y para sorprenderme con más regalos de los que yo había pedido.
¿No es esta esperanza infantil un ejemplo maravilloso de esa otra esperanza que brota de la fe? ¿Podríamos hoy ser creyentes auténticos sin fiarnos de Dios de un modo parecido a como un niño se fía de los Reyes Magos?
Vuestro amigo:
Fernando Gonzalez