Comentario al Evangelio del
Nuestros talentos al servicio del reino
En el interior de nuestro corazón fluyen muchos deseos. Cada uno de ellos da forma a nuestros ideales. Son el centro por el que se filtran nuestras alegrías y tristezas. En muchas ocasiones son nuestras razones más auténticas para hacer o dejar de hacer, para irnos o quedarnos, para gastar o compartir.
El Evangelio de hoy nos muestra el deseo hondo de Jesús. Por el cual se estremece su corazón al reconocer que se acerca a Jerusalén y que de alguna forma alborea: el Reino.
Por su causa dejó su hogar paterno allá en el cielo, pasó mil calamidades y gozos e invirtió cuanto era y tenía. Allá en el Jordán tuvo la tentación de usar cuanto era en beneficio propio y poder vivir con cierta tranquilidad, confortablemente. Pero decidió dejarlo aún lado. De qué le servía vivir cómodamente si no vivía auténticamente. Por qué reservarse algo de sí o renunciar a la vida tal cual es. Guardarse o reservarse algo era algo así como mojar la sal o esconder la luz que ardía en su interior.
Algunos nos hemos encontrado metidos en este extravagante sueño de Jesús, nos reconocemos sus siervos y hemos recibido una misión invertir cuanto somos y hemos recibido en hacer brotar el Reino a nuestro alrededor.
A veces nos cuesta reconocer los talentos que de él hemos recibido y no en pocas ocasiones sentimos la tentación de esconder lo que nos ha sido dado, de no ponerlo a fructificar y simplemente vivir. Dejar que la vida nos viva.
“Nuestro tiempo pasa, Señor.
Danos tu tiempo para que podamos vivir.
Danos el valor de servir a la vida y no a la muerte.
Danos tu futuro a nosotros
y a nuestros hijos.” (J. Moltmann)