Comentario al Evangelio del
Hoy el texto bíblico nos plantea el tema de la profecía al servicio de la comunidad. Y nos ofrece la piedra de toque para garantizar la verdad de la profecía: los frutos.
Tanto en la iglesia primitiva como hoy día aparecen de cuando en cuando cristianos que se atribuyen dones del Espíritu. No tienen inconveniente en acomodar las palabras de Jesús a sus ideas e intereses; no les importa esparcir mentiras ni crear división, amparándose en que sirven a Dios.
¡Cuánto sufrimiento se genera en la comunidad cristiana a veces por culpa de estos lobos disfrazados con piel de oveja!
El verdadero profeta enviado por Dios a su Iglesia, como el Beato Juan XXIII, se conoce enseguida en la valoración y respeto con que trata a los que le contradicen. Uno de los momentos para mi más emocionantes de la película que dio la RAI sobre su vida es cuando el viejo cardenal, que tanto había criticado sus decisiones, le pide disculpas por los disgustos que le ha ocasionado. El Papa le contesta que gracias a sus críticas las decisiones que ha tomado no han sido caprichos personales: él sabía que en sus críticas también le movía el amor a la iglesia. ¡Qué grandeza de alma la del Papa Bueno! Por eso en la iglesia todos somos necesarios cuando buscamos servir a la verdad que se realiza en el amor.
Otro aspecto que acentúa el breve texto bíblico que leemos hoy es el de los frutos. Jesús nos invita a mirar los hechos para luego sacar las conclusiones. A nosotros nos cuesta enjuiciar la realidad que vivimos. Nos gusta más defender ideas que analizar las situaciones concretas. Jesús, en cambio, educado por el trabajo manual, desconfía de los discursos y de las teorías. Él sabe que “un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo puede producir frutos buenos”.
“Obras son amores”, dice el refrán. Esas palabras, esos gestos, esas acciones que salen del corazón y que buscan el corazón de las personas que nos rodean. Esas obras que no sólo me hacen sentir bien a mi que las hago, sino sobre todo a la persona a quien yo me acerco. La caridad más limpia es la que no crea dependencias ni exige agradecimientos; es la que hace sentirse libre a la persona que recibe algo de mi. Es la caridad del que no sólo da pescado, sino que enseña a pescar.