Comentario al Evangelio del
Cuando vivimos un tiempo gozoso –corto o largo- de cierta intensidad, lo que llega después siempre nos parece poco… Siempre nos parece “plano”, demasiado simple. En parte, porque nuestro cuerpo y nuestro espíritu tiene un límite: ¡no le cabe más!, necesita espacio y tiempo tranquilo para digerir lo gozado y para serenar lo cotidiano. Esto puede pasarnos tras los 50 días de Pascua cuando retomamos el Tiempo ordinario en la liturgia. Los “aleluyas” se reducen, hay menos cantos, menos flores, el cirio pascual se hace discretamente a un lado…
Hoy retomamos la 8ª semana del tiempo ordinario: una estupenda oportunidad para vivir con calma serena lo cotidiano de nuestra fe, pero sin espíritu plano, sin mirada gris, sin resacas espirituales que nos dejen empotrados en el sofá de la vida… ¡Ojalá!
Con demasiada frecuencia tendemos a buscar lo extraordinario. Nos gusta más ser héroes que ser santos. Todos tenemos dentro algo del joven rico del evangelio de hoy. Damos por hecho que la exigencia evangélica de la vida diaria “ya la cumplimos desde niños”. Queremos algo más… pero cuando se nos propone, retrocedemos. Damos por hecho que esto de alcanzar la vida eterna, de compartir la misma vida del Padre en Cristo tiene que ser algo hecho a fuerza de grandes metas pero, eso sí, las que yo misma decido, no las que Jesús me sugiere claramente:
Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
Ya, Señor, pero yo no te preguntaba por eso… Es que eso no entraba en mis planes… Yo quiero algo más pero eso no… Yo quiero que me pidas lo que quiero dar y nada más que eso…
Y es entonces cuando Jesús nos mira con cariño y calla. Y a nosotros se nos queda el ceño fruncido y nos vamos… porque en verdad somos muy ricos…
No sería poco que al recomenzar esta semana del tiempo ordinario, el Espíritu Consolador nos haga ver esas pequeñas o grandes “riquezas” que a cada uno de nosotros nos tiene engañados y atados, creyendo que queremos seguir un poco más al Maestro pero incapaces de venderlo todo, ya sea un millón o un denario… ¿qué importa si no soy capaz de dejarlo atrás?
Vuestra hermana
Rosa Ruiz, misionera Claretiana