Comentario al Evangelio del
Témporas: agraciados y pidiendo gracias
Es día de Témporas, Se ha acabado el verano (en este hemisferio). Es hora de reanudar la actividad ordinaria, pero, antes, vamos a agradecer las cosechas, símbolo de todos los bienes. Bienes que son dones de Dios, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Siguiendo la liturgia, los recibimos de la generosidad de Dios y a Él se los presentamos. Vemos panorámicamente la secuencia: Dios nos da sus bienes, nosotros los recibimos, los trabajamos, los disfrutamos y se los presentamos a Dios. A Dios entregamos lo que Él mismo nos dio. Tres sentimientos o actitudes se despiertan en nosotros en esta jornada de Témporas:
Lo primero, dar gracias. Dios nos da la tierra feraz, según la lectura del Deuteronomio. (No podemos olvidar la hambruna de Somalia por las tierras resecas, sin agua y sin la ayuda de otros pueblos). Se nos da mejor pedir que agradecer; es que somos muy olvidadizos. Sólo el recuerdo nos cura. Y la mejor manera de agradecer es hacer fructificar los bienes, disfrutarlos y, sobre todo, saber compartirlos con los demás. A Jesús escuchamos, repetidamente, dar gracias al Padre: “Te doy gracias, Padre, por haber revelado estas cosas a los sencillos”. Y nosotros rezamos con la liturgia: “Por tu inmensa gloria te alabamos y te damos gracias”.
Luego viene la actitud del perdón. “Dios reconcilia consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres”. Sólo el perdón nos reconcilia. Tres tiempos tiene el perdón: pedimos perdón, otorgamos el perdón y aceptamos el perdón que se nos ofrece. Sólo nos queda una cosa: si nos sentimos perdonados, nos convertimos en instrumentos de paz y de perdón. Es la guinda del amor.
Finalmente, pedimos gracias. Es lo que hacemos a todas horas. De Dios Padre dependemos en todo, en buenas manos estamos; por eso brota en nosotros la confianza en Él. Nos sentimos necesitados, menesterosos, y a Dios volvemos los ojos. En todo caso, Jesús nos tranquiliza: “El Padre sabe de qué estáis necesitados”. Y nos enseña el camino: “Cuando oréis, decid: danos, Padre, el pan de cada día”.