Comentario al Evangelio del
¿Se daría cuenta la iglesia de Éfeso de dónde había caído? ¿Sería consciente de que había abandonado su amor primero? Es una cuestión importante porque el ciego del Evangelio al menos es consciente de su ceguera. Sabe perfectamente que su ceguera le ha colocado al borde del camino. Los demás pasan de un lado para otro, van y vienen. El ciego está fuera de ese río de la vida. Pero es consciente de ello. Sabe que podría vivir una vida mejor. Por eso pregunta a la gente y, cuando se entera de que pasa alguien que le puede ayudar, grita sin temor al ridículo: “¡Ten compasión de mí!”
Posiblemente uno de nuestros problemas es la ceguera para con nuestros propios problemas. Sencillamente, no somos conscientes, no nos damos cuenta de lo que, a veces, para los demás el obvio, claro, distinto, manifiesto. Parece que somos incapaces de mirarnos al espejo sin poner un filtro delante que nos impide ver nuestra propia realidad, especialmente aquellos aspectos o dimensiones que son menos agradables.
Hasta cierto punto es comprensible. A nadie le gusta ver la fealdad ni en los demás ni en uno mismo. Pero es la única forma de mejorar. No se trata de mirar sólo a lo negativo. Hay que ver también lo positivo. Hay mucho en nuestras vidas. Somos creación de Dios y Dios todo lo hace bien. Pero también hay partes manifiestamente mejorables. A veces nos hace falta un profeta, como el autor del Apocalipsis, para decirnos lo que se ve desde fuera. Sin acritud, sin violencia, con cariño pero invitándonos a trabajar en llegar a nuestra propia plenitud, en volver al amor primero.
Es de suponer que la llamada a la iglesia de Éfeso ayudaría a aquellos cristianos a convertirse, a cambiar, a ser más fieles a la palabra de la buena nueva de Jesús. La palabra profética les ayudó a darse cuenta de que lo necesitaban y de cuáles eran sus puntos débiles. De ahí a acercarse a Jesús y, como el ciego, decir “¡Ten compasión de mí!” sólo hay un paso. Luego, viene, siempre, la respuesta de Jesús que devuelve la vista al ciego y le devuelve al camino, a la vida. ¡Ojalá escuchemos nosotros la voz de los profetas que nos llaman a la conversión, a volver al amor primero! Luego, Jesús y su gracia harán el resto.