Comentario al Evangelio del

Pedro Barranco

Queridos hermanitos y hermanitas:

Debo confesar que esta lectura despierta en mi determinadas resonancias que van desde lo personal a lo eclesial.

Es bien cierto que el evangelio está dicho para cada uno. Contiene una intencionalidad que se desarrolla en cada corazón, de manera que nos habla para nuestras limitaciones y para nuestras grandezas. Viene, por la virtualidad propia de la Palabra, a hacernos crecer y mermar. Por eso, desde muy antiguo, nos han invitado a entrar en lo profundo de nosotros y nos han puesto frente a la gran tarea: la conversión. Y así ha de ser. De esta forma la lectura habla de una actitud personal, de cómo relacionarnos con los otros, de cómo situarnos. Es muy fácil saber que Jesús está hablando más de no sentirnos superiores a los demás que de arrastrarnos delante de los otros. No quiere el evangelio la pérdida de la dignidad personal, sino más bien del reconocimiento de la igualdad de todos y, más allá, la de aprender a ver en los otros su grandeza.

Pero también tiene, al menos para mí, el sentido eclesial de cuidar bien las formas y los medios que utilizamos para estar en medio del mundo. Sabemos que el evangelio choca con determinadas formas de entender la vida. También la economía, los valores o la humanidad. Y, por ende, los medios que utilizamos para hacer presente el reino de Dios. Nos lo están diciendo a voces: coherencia. El mundo por cambiar comprende nuestra realidad íntima y el mundo. También la Iglesia. Hay una invitación en esta parábola a mirar nuestras celebraciones, nuestras reuniones, nuestros grupos. A veces los más pobres no son los que ocupan el primer puesto. Y, en ocasiones, una imagen vale más que mil palabras. Puede que descuidemos la tensión a que nos somete el seguimiento de Jesús en determinados ámbitos y nos pleguemos a los usos “del mundo”. Conversión también, pues, en las estructuras.

Un fuerte abrazo en Jesús Resucitado

Pedro Barranco