Comentario al Evangelio del

Pablo Largo

Queridos amigos:

El fuego, el agua anegadora y amarga, la espada: el fuego, para la tierra toda; el agua anegadora, para él mismo; la espada, incluso para las relaciones de familia.

En el mensaje de Jesús hallamos un espectro muy amplio de palabras. Las hay de consuelo y acogida: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga, ligera” (Mt 25,28-30). Hay palabras que hablan al anhelo de las personas: en el sermón del monte encontramos un buen puñado. Y hay palabras que desafían y ponen en crisis, que llaman a la decisión: basta recordar la llamada al personaje importante que ha cumplido los mandamientos desde pequeño y quiere saber qué le falta para conseguir la vida eterna.

No nos está permitido hacer una selección de palabras y quedarnos con las que más nos gusten; nos haríamos un flaco favor. Como tampoco podemos quedarnos con la Navidad y suprimir la Semana Santa. En la vida de Jesús ha habido misterios de gozo, de luz y de dolor, y a través de ellos ha llegado a los de gloria (cf Lc 24,26). A los discípulos les costó entenderlo, pero al final acogieron esta revelación. Y en nuestra vida ha habido y habrá también sus tiempos para el gozo, para el anhelo y la esperanza, para la decisión dolorosa (por las rupturas que entrañe en cada uno, o en su relación con otros), para la oscuridad. A cada tiempo le corresponden sus palabras.

Que el Señor nos conceda vivir, en cada situación, la certeza de que no estamos solos y de que no nos faltará su palabra. Y, cuando tengamos que pasar por fuego y por agua, que Él nos dé respiro.

Con mi saludo
Pablo Largo