Comentario al Evangelio del

Pablo Largo

Queridos amigos:

Seguimos con el mismo tema, y no nos vendrá mal esta pequeña locura (“cada loco, con su tema”). Porque este motivo, el del tiempo, y la forma de vivirlo, tampoco se despacha en un instante. Consideremos otro aspecto, relacionado asimismo con la duración. Dejemos a un lado al ladrón y sigamos con el mayordomo, en concreto con el que se desmanda, pues nos invita a reflexionar sobre su conducta y sobre la nuestra.

Los comienzos fueron buenos, pero luego vinieron el cansancio de la espera y su compañero inseparable, el hastío; tras ellos, la violencia doméstica (la violencia con los otros domésticos) y el descuido de los deberes. Parece que son los frutos del sentimiento de frustración por no cumplirse las expectativas que un deseo inmaduro se había forjado.

Nuestros principios suelen ser buenos, y estrenamos las cosas con cuidado y hasta con ilusión: comenzamos animosos el adviento, el día de año nuevo (“año nuevo, vida nueva”. La gente joven puede leer los propósitos que al comienzo del año se hace la protagonista de El Diario de Brigit Jones, la novela de Helen Fielding), la cuaresma, el tiempo pascual; empezamos con buenos propósitos el curso, el noviciado, el ministerio sacerdotal, la vida conyugal. Quizá incluso estrenamos claridad de corazón cada mañana. Pero la jornada se me puede hacer larga como un día sin pan, y “el agua del camino es amarga... es amarga”, y se me enfría “este ardiente corazón que me diste”.

Para que no suceda, en nuestra oración podemos recitar las primeras estrofas de un soneto de Pedro Casaldáliga y pedir seguidamente el don de la fidelidad diaria:

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel..., es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Con mi saludo
Pablo Largo