Comentario al Evangelio del
Queridos amigos:
Esta vez los cálculos son al revés. El terrateniente se prometía larga vida, y solo le quedaba un mezquino puñado de horas; ahora los criados desean la llegada temprana del amo, y quizá solo aparezca de madrugada. Las primeras comunidades cristianas aguardaban con impaciencia la llegada inminente del Señor; y en algunos casos la espera pudo ser espasmódica, azuzada por la certeza de que la venida se produciría de un momento a otro. En esos casos, el deseo juega malas pasadas y se sufren alucinaciones: uno cree oír los pasos del Señor, a otro le parece que ya ha llamado a la puerta. Pero el tiempo pasa y el Señor no vuelve; la espera se hace larga y la tensión se afloja; el criado empieza a dar cabezadas, o a desmandarse.
Sucedía en las primeras comunidades y sucede también en las nuestras. Nos pasa como a los impacientes del proverbio chino: “vemos un huevo y ya queremos oírlo cantar”. El latifundista era un iluso; nosotros podemos ser unos impacientes de manual, acuciados por ver el cumplimiento inmediato de lo que deseamos. El párroco querrá, no solo que sus planes pastorales se cumplan a golpe de calendario, sino que la gente madure precozmente; la maestra, que los alumnos díscolos cambien de actitud a la segunda semana; el comerciante, que el número de ventas crezca cada día de modo exponencial; el cristiano, llegar en dos trancos al tercer grado de humildad y a las séptimas moradas (y acaso cree gozar ya de experiencias místicas cuando, en realidad, lo que le pasa es que sufre trastornos alimenticios). La cultura actual nos orienta en ese sentido: queremos ritmos rápidos, procesos vertiginosos de maduración, resultados inmediatos y tangibles. El tiempo, la duración, pone a prueba nuestros deseos, nos somete a su dura ascesis, a su exigente reto. Esto significa que muchas veces habrá que dar tiempo al tiempo y que es bueno hacer las paces con la duración, y quizá también leer el libro “Elogio de la lentitud”, de Carl Honoré.
Hoy podemos pedirle al Señor que nos conceda la sabiduría de vivir la duración, ese tiempo que es muy lento para los que esperan y muy corto para los que gozan (Shakespeare).
Con mi saludo
Pablo Largo