Comentario al Evangelio del
A lo largo de los siglos siempre ha habido, en la historia de la Iglesia, hombres y mujeres que, abriendo plenamente su corazón a Dios, se dejaron hacer por el Espíritu Santo y configuraron su vida a la de Cristo Jesús. Son los santos y santas de la Iglesia, de entre los cuales destacan algunos que han sido reconocidos como tales por la misma Iglesia. En la vida de cada uno de ellos reconocemos una encarnación concreta del Evangelio, que pone el acento en uno u otro aspecto del seguimiento de Cristo, dejándonos a la posteridad un ejemplo concreto a seguir. Hoy celebramos a Santa Teresa de Jesús, la Doctora Santa de la Mística española. En ella descubrimos cómo el Espíritu va llevando a quien se confía en Él por los caminos de Dios, que no son los nuestros. Y así, en Teresa encontramos a una mujer que a impulsos del Espíritu alcanzó la cumbre del encuentro contemplativo con el Señor, al mismo tiempo que se vio conducida a un incesante peregrinar para poner en marcha y afianzar la renovación de la Iglesia, y en especial del Carmelo, que Dios le había confiado. Y fiel a su llamada y a las mociones del Espíritu, olvidada de sí misma y aferrada a la Cruz, nos ha dejado un valiosísimo testimonio vivido y escrito tanto de su camino hacia el encuentro con Dios en lo más profundo del corazón, como de su esfuerzo por la renovación de la vida consagrada y de la vida de la Iglesia, a veces duro, difícil y doloroso, pero siempre alegre, esperanzado y confiado. Sabía bien en quien había puesto su confianza, y con la fuerza de su fe en el Resucitado abrazó las cruces de ambos peregrinajes: el de dentro, en lo más profundo de su ser, y el de sus comunidades de Descalzas.
Y por eso Santa Teresa ha sido reconocida Doctora de la Iglesia, porque de ella podemos y debemos aprender mucho. Ella fue mujer sencilla, como aquellas que se acercaban a Jesús; y por eso supo abrirle el corazón y la vida como un niño, que se confía, se sabe amado y se deja hacer. Por eso a ella también se le mostraron los misterios del Corazón del Padre y del corazón del ser humano; a ella el Hijo “se los quiso revelar”. Ella nos los ha legado, en el testimonio de su vida y en sus escritos.
Hoy la Iglesia, los cristianos de nuestro tiempo, necesitamos como agua de mayo voces como la suya, que alumbren nuestro camino para emprender las necesarias reformas que nos lleven a una mayor fidelidad a Cristo y a su Evangelio, y a una mayor renovación que tenga en cuenta los valores auténticos de las culturas del mundo en el que vivimos. Ella nos enseña que ambas cosas sólo se pueden lograr si en lo más profundo del corazón dejamos que el Espíritu actúe, sin impedimentos ni obstáculos, y si nuestra vida y actuaciones nacen de ese corazón nuevo que se ha dejado transformar por el Amor Inmenso de Dios.
Que así sea.