Comentario al Evangelio del
Hay una frase hecha en castellano que expresa la misma exaltación que espontáneamente brotó de los labios de aquella mujer, y que suena muy parecida a la del Evangelio de hoy. Cuando estamos ante un gran hombre cuya palabra y cuya obra son aclamadas por el pueblo, no es extraño que surjan esas palabras entre la multitud agradecida. Menos de extrañar aún que sean dichas por aquella gente sencilla que esperaba un Mesías, un Salvador, ante aquel Jesús que en nombre de Dios les llenaba el corazón de esperanza y alegría y que acompañaba su mensaje con signos evidentes de su poder contra la enfermedad, el pecado, la injusticia y el mal. Que el entusiasmo por la vida, el mensaje y la persona del hijo se desplace en agradecimiento hacia la que le había llevado en su vientre no sólo no extraña: también nosotros, los cristianos de todos los tiempos, hemos bendecido a María por haber acogido en su seno al Señor. Y así, en lugares del mundo muy distintos, y en tiempos muy diversos, han florecido siempre devociones, alabanzas, imágenes, oraciones en honor de la que justamente es llamada “Arca de la Nueva Alianza”. En España, de un modo especial, se ha venerado a María bajo la advocación del Pilar: ella es pilar y roca de nuestra fe. Y no sólo porque, según la tradición, ella se hiciera presente de un modo particular en los albores del anuncio del Evangelio en nuestras tierras; sobre todo, porque en ella nos apoyamos cuando nuestra débil fe se tambalea, para que nos ayude a mantener la esperanza y la confianza puestas sólo en Dios.
Pero, ¿cuál es el mérito de María por el cuál es venerada de mil formas y maneras?, ¿cuáles sus merecimientos? Jesús parece desplazar la alabanza de aquella mujer hacia todos los que crean en su mensaje y lo lleven a sus vidas, llamándoles hermanos y madre. No obstante, lo que hace es aclarar por qué debemos alabar y bendecir a su Madre: porque fue la primera que creyó, escuchó la palabra y aceptó la Voluntad del Padre. La primera en el tiempo y la primera en plenitud de entrega. Así de sencillo. Esa docilidad confiada a la Voluntad de Dios es el secreto de María. Por ello será bendita por todas las generaciones. Ella supo escuchar la voz de Dios, y en humilde confianza aceptó su Voluntad sin trabas de ningún tipo. Y por ello, el Espíritu la inundó de su gracia e hizo de ella la Madre del Hijo Encarnado. Por ello también fue hecha Madre nuestra en la fe por su propio hijo: cimiento y roca, “Pilar” de nuestra fe.
Bendita, María, por haber creído, por haber confiado, por haber acogido el Espíritu, por haberte dejado hacer por Él, por haber encarnado en tu seno al Esperado de los tiempos. Nos has mostrado así nuestro camino y vocación: que la Iglesia y cada uno de nosotros, como tú, confiemos, nos dejemos hacer por el Espíritu, acojamos la Voluntad del Padre. Así seguiremos siendo en medio del mundo lo que tú, Madre, nos enseñaste a ser: presencia viva de tu hijo Jesús para la humanidad entera.