Comentario al Evangelio del

ciudadredonda

 

“El estilo es el hombre”, decían las viejas preceptivas literarias. Pues, ¿cuál es el “estilo evangélico”? Que es lo mismo que preguntarse por la “marca de la casa”, en cristiano.

Si nos ponemos a la escucha de la gente, cuando se habla de un “hombre evangélico” se refiere a un hombre sencillo, humilde, acogedor, misericordioso.

Sorprendentemente, observamos más críticamente señalados a los cristianos deshonestos o un tanto rebeldes a ciertas prácticas morales o formulaciones doctrinales. Más que al hombre engreído, arrogante y duro de corazón.

Jesús y los hombres van por caminos distintos.

Los discípulos discuten y se pegan por estar en primera fila, por ser los más importantes, por brillar más.

Jesús, en cambio, lo tiene claro. Planta a un niño en medio y pide que se miren en él. Es la imagen del pobre, del débil, del hacerse pequeño, del que toda su fuerza está en Dios. Esta es la lógica de Dios, la locura de Dios.

¿Queremos seguir a Jesús? Pues vamos a escucharle y a hacerle caso. En nuestras palabras, en nuestro modo de presentarnos, en nuestros gestos, ha de brillar el estilo que Jesús nos pide. Un cristiano, un hombre de Iglesia huye de todo alarde mundano. No confía en los más fuertes y poderosos. Ni siquiera prefiere a “los más buenos”: antes están los menesterosos

Jesús lo repite machaconamente: “Los últimos serán los primeros”, “El que de vosotros quiera ser el primero sea el último y servidor de todos”. Ambicionar dignidades, portar signos de los poderosos, gustarnos el estar por encima, es renegar del evangelio.

Acaba el texto evangélico de hoy con una observación: “El que no está contra nosotros está con nosotros”. Va en la misma línea. No hay que excluir a nadie. Que brillen los carismas de todos, aunque “no sean de los nuestros”. Lo que importa no somos nosotros sino el Reino de Dios, el bien de todos.