Comentario al Evangelio del

Conrado Bueno, cmf

Stabat Mater

Virgen de los Dolores

No es Viernes Santo, pero la Virgen de los Dolores lo llena todo. Y evocamos la imaginería popular del Viernes Santo. Imágenes dramáticas o serenas, pero de madre afligida, siempre erguida.

Así la ve el pueblo: con lágrimas como perlas, con puñales que atraviesan el corazón, contemplativa al pie de la cruz, flanqueada por Juan y la Magdalena, con el hijo muerto en su regazo.

Lo importante, calar el misterio: en síntesis, llamarle a María Virgen de los Dolores es proclamar, a la vez, su maternidad universal y su colaboración a la Redención de Cristo.

La Madre del Crucificado

Toda la vida de María quedó atravesada por el dolor: la espada anunciada por Simeón, la persecución de Herodes, el destierro, el niño que se extravía, el progresivo distanciamiento del hijo de los lazos de la sangre para adentrarse en las cosas del Padre. Y la subida a la cruz.

Al pie de la cruz, llega la nueva Eva, la mujer obediente junto al “obediente hasta la muerte”. Es que ha llegado su hora, la que no había llegado en las bodas de Caná. Es la Madre que ha engendrado a la Víctima del sacrificio. La Virgen que, con entrañas de madre, queda asociada a Cristo en su Pasión y Muerte.

La liturgia del Viernes Santo presenta la cruz de la victoria, contempla a Cristo victorioso desde el madero de su suplicio. Así de glorioso, también, es el dolor de María.

La madre de tantos crucificados

Ahora nos toca a nosotros unirnos, de la mano de María, a Cristo en su Pasión. Y, desde el Crucificado, mirar a tantos hijos de Dios crucificados. Tanto dolor personal y social: los olvidados de todos, los llenos de miedos, los oprimidos por problemas económicos, los enfermos sin esperanza, los cansados de vivir, los privados de libertad, los condenados a muerte, los que perdieron un ser querido.

Nuestra espiritualidad no es dolorista ni sentimental. Contemplamos a María como a madre que se nos da desde la cruz -“He ahí a tu madre”- pero con la dimensión teologal de fe, esperanza y amor; la misma dimensión que llenó el papel de María como colaboradora de la Redención.

Finalmente, señalamos el ángulo eclesial. Del costado de Cristo en la cruz salió sangre y agua, salieron los sacramentos de la Iglesia. Y la Madre de la Iglesia estaba allí. Nunca faltará a la Iglesia la presencia de María en los momentos del dolor.