Comentario al Evangelio del

Conrado Bueno, cmf

¿Tengo necesidad de Dios?

El centurión romano

Jesús trata con especial afecto a los extranjeros, a las mujeres, a los paganos, a los publicanos; es decir, a esa gente que “el mundo” de entonces despreciaba.

Un centurión era un oficial del ejército de ocupación, que, mediante la represión, mantenía el orden; esto, en un pueblo nacionalista, cuando ya se alzaban voces de levantamiento contra los ocupantes; alzamiento que llegaría más tarde, y que fue sofocado en sangre. Sin embargo, el centurión aparece como hombre bueno, les construye la sinagoga y admira a Jesús.

Cómo nos evoca esta escena el centurión, que al pie de la cruz, sobrecogido por la entereza de Jesús al morir, exclamó: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”.

Judíos y gentiles

Es fuerte el contraste entre los judíos y los paganos. En Israel no había encontrado una fe tan grande como la del pagano. Una vez más, Jesús subraya lo que en verdad importa: la fe del corazón más que la pertenencia al pueblo elegido.

Se sigue bien el proceso de la fe del centurión. Él es bueno, hace el bien, pero no basta. Desemboca en la fe en Jesús, lo acepta como salvador; salvación que se hace palpable en la curación del criado.

Podíamos señalar también el contraste con la actitud de la primitiva Iglesia de Corinto que corrompe lo más sagrado, la Eucaristía, según cuenta la primera lectura. En lugar de hacerla lugar de comunión fraterna, se convierte en lugar de división y abusos.

Tener necesidad de Dios

El centurión romano nos enseña que “necesitamos tener necesidad” de Dios. Cuando proclama: “Señor, no soy digno”, expresa su fe: “Confío en ti, te necesito, tú puedes curarlo, tú eres salvador”.

Es el poder de la oración confiada. Es creer en la fuerza de la palabra de Jesús. No pide para sí sino para el otro. ¿Todavía existe la polémica sobre la oración de petición? Claro que Dios conoce nuestras necesidades pero le gusta que se lo digamos. Lo hacía Jesús, y nos lo enseñaba a sus discípulos: “Rezad: Padre, danos hoy nuestro pan de cada día”.

En el momento sublime de la comunión, le copiamos al centurión sus palabras: “No soy digno de que entres en mi casa”. Pues si le copiamos sus palabras, imitemos su fe. Por cierto, ¿se admiraría también Jesús de nuestra fe o, más bien, tenemos una fe un tanto flojilla?