Comentario al Evangelio del
Rezar a Dios, amar al hombre
Unidad
Cuántas veces repetimos: hay que unir, hay que integrar todas las dimensiones del hombre: lo humano y lo divino, lo espiritual y material. En cristiano, repetimos: hay que unir e integrar la acción y contemplación, a Marta y a María. Ser contemplativos en la acción. Tan veterana es esta cuestión que se refleja en viejas frases lapidarias en latín: “Contemplata aliis tradere”, “Ora et labora” (Comunicar a los demás lo que hemos contemplado, reza y trabaja). Un biógrafo llama a Claret “Un místico de la acción”. Hasta el refranero español se apunta: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Y no digamos los psicólogos que nos invitan, a todas las horas, a buscar la unidad de la persona.
Mirar a Jesús
Tres tiempos señala el Evangelio de hoy, en la jornada de Jesús. Orar al Padre, estar con la comunidad de sus apóstoles y curar las enfermedades del pueblo.
Gráficamente, apunta el evangelista que Jesús “bajó del monte y se paró en el llano”. Siempre lo mismo: Jesús, unido a Dios por la oración y unido a los hombres por la predicación y sanación.
Dos circunstancias aparecen en la escena. Jesús bajó con sus discípulos, siempre en comunidad, y se encontró con gente de la costa de Tiro y Sidón; es decir, su misión está abierta a todos, es universal.
Nuestra vida: el monte y el valle
La oración ha de estar en el fondo de todo el vivir cristiano. Si estamos enamorados, nos comunicamos; si tenemos fe, rezamos. Por lo menos que esté clara la necesidad, aunque luego dejemos mucho que desear. Es cierto que, a veces, parecería que confiamos más en nuestras fuerzas y medios que en el poder de Dios. Nos encantan los medios grandiosos, medir por grandes muchedumbres, arrimarnos a los poderosos. Pobres de nosotros: sólo Dios.
Como Jesús con el Padre, nosotros con Jesús. Somos su comunidad, somos los suyos, aquellos a quienes llama amigos. Nos “escoge, nos llama y nos nombra apóstoles”. El Evangelio se continúa en nosotros; junto a Pedro, Andrés y Santiago, están todos los nombres que contienen los libros del Bautismo: Sergio, Cristina, Álvaro y Natalia. ¡Qué gratificante realidad se nos escapa, con frecuencia! (Ojo, que también hay traidores en el grupo).
Los creyentes, como el Maestro, tenemos que bajar del monte al valle, para ayudar al que sufre. En este punto, tenemos el riesgo de quedarnos en palabras bonitas y rutinarias. Hay que bajar a la arena: ¿A quién tengo yo que servir, escuchar, perdonar, mirar con benevolencia? ¿Cómo puedo yo evitar el ser duro de corazón, el ser fácil a juzgar negativamente, el herir con mi palabra, el cerrar mi corazón?