Comentario al Evangelio del
Venimos comentando esta semana, de la mano de Pablo, el proceso que todo ser humano está llamado a vivir: de ser simples criaturas (seres vivos como los peces o los árboles, ligados a un ciclo vital más o menos determinado, dentro de lo esperable, de lo necesario…) a ser personas de espíritu, personas libres que viven de pie, que eligen, que disciernen, que dicen sí y dicen no, que van haciéndose una sola cosa con el Padre poco a poco, creciendo cada vez más. Hoy Pablo nos da una clave clara para saber por dónde andamos en este recorrido vital: Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los instintos carnales y que procedéis según lo humano. La división, las envidias y enfrentamientos no proceden de Dios, como no procedía la cizaña en el campo aunque Dios la deje crecer también.
El mismo Jesús, si somos fieles a la fe que profesamos en el Credo, tuvo que ir haciendo humanamente este proceso. Era verdadero hombre y verdadero Dios. El hombre Jesús fue creciendo en edad, en estatura y en gracia, en sabiduría... es decir, fue aprendiendo a vivir según el Espíritu de Dios, según sus criterios y prioridades. Getsemaní lo muestra con toda claridad: no se haga mi voluntad sino la tuya…
Y llegar aquí no fue cosa de un día ni se improvisó. Los evangelios nos muestran a un Jesús cotidiano y oculto (¡la mayoría de su vida!); un Jesús que se retiraba a orar, que buscaba el silencio y la escucha del Padre; un Jesús que se dejaba conmover ante cualquier dolor y sufrimiento, ya fuera una mala fiebre como en la suegra de Pedro, ya fuera el drama de un endemoniado. Iba con su madre y sus amigos a las bodas (al menos la de Caná), comía y bebía cuando tocaba hacerlo porque le llamaban comilón y borracho. Era amigo de sus amigos, comía y cenaba en sus casas disfrutando de la conversación y el encuentro. Corregía sin temor y decía lo que el Padre quería que dijese, aún sabiendo que muchos se le echarían encima.
Y no creo que nada de esto sea casual o accesorio. Todo lo que vivimos cada día, en lo pequeño y en lo grande, va haciendo que crezcamos o nos quedemos estancados; que seamos gente de espíritu o gente sin criterio, traídos y llevados por lo que toca, por lo que apetece o no apetece; gente fría e impasible o gente que se deja conmover por los dolores y alegría de los demás. La decisión y el deseo de vivirlo de un modo u otro, es nuestra. Dios ya pone su gracia.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz. Misionera Claretiana (rosaruizrmi@yahoo.es)