Comentario al Evangelio del

Luis Ángel de las Heras, cmf

 

Queridos amigos y amigas:

In suprémæ nocte cœnæ, recumbens cum frátribus, observáta lege plene, cibis in legálibus, cibum turbæ duodénæ se dat suis mánibus.

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.

Hoy es Jueves Santo. Jueves reluciente que, al atardecer, nos habla de la vida de Jesús, del sentido de su muerte y de su resurrección. Es el inicio de la Pascua. Es una invitación a pasar de la muerte a la vida, de la individualidad a la comunidad, del odio al amor, del egoísmo a la entrega, de ser servidos a servir... Jesús, recostado para cenar, deja esa postura de hombre libre, y se abaja para servir lavando los pies a sus discípulos. Así es la Pascua de Jesús, toda su vida. Ha llevado toda la ley a plenitud y la sobrepasa. Está perfectamente expresado en el lavatorio de los pies. Pero es una Pascua que todavía necesitamos conocer y practicar más los cristianos. Una Pascua que nos ha de llevar a lavar los pies a hombres y mujeres en situaciones desconocidas, en lugares insospechados. Donde el gesto pascual de Jesús nos lleve. Para ello, tenemos el privilegio de recordar esa tarde en el Cenáculo.

La densidad de la Última Cena de Jesús con sus discípulos es de una riqueza y una plenitud siempre por desentrañar. Por eso, necesitamos una mirada contemplativa sobre el acontecimiento. Una mirada serena, escrutadora, amplia, atenta... Sin prisas, sin agobios... Para leer entre líneas los diálogos. Para figurarnos lo que pensaba cada uno. Para imaginar los rostros, las posturas, los movimientos... Para irrumpir nosotros en medio y preguntar, asentir, amar, extrañarnos, comer... y dejar que se ilumine nuestro corazón por ese inmenso caudal de gracia. Para ir descubriendo el misterio de la entrega de Jesús en el pan y en el vino. Para entender mejor que Dios es amor hasta el extremo, hasta la demencia. Para compartir su mandato del amor. Para comprender que el misterio de Dios, revelado en Jesús, es lo que ha de llegar a ser nuestro querido mundo. Para creer en la alianza de Dios con el hombre. Para aprehender la Eucaristía como dinamismo de primicia cada vez. Para valorar, exigir y querer a quienes Él llama a ser dispensadores de sus misterios en el seno de la Iglesia, puentes entre dos orillas, servidores amantes hasta el límite, profetas fronterizos, liminales, sacerdotes de la humanidad redimida.

Al final de esta jornada, en una hora santa, o en un tiempo santo sin hora, bien nos podemos dejar tocar por este Dios, Jesús, el Cristo, que suda sangre y tiembla, pero da el paso firme de la salvación que nos libera, que nos transforma. Es jornada de conversión gozosa; la que mejor sabe.

Vuestro hermano,

Luis Ángel de las Heras, cmf