Comentario al Evangelio del
Queridos amigos y amigas:
En la lectura del profeta Isaías, el siervo del Señor se presenta a sí mismo en contexto universal. El siervo escuchó en el vientre materno cómo el Señor pronunciaba su nombre. Oyó, después, que el Señor estaba orgulloso de él, como de su pueblo Israel. ¡Qué grata experiencia escuchar que alguien está orgulloso de uno! ¡Qué gran regalo conocer que ese alguien es el mismo Dios!
Con el pasaje del evangelio de Juan nos damos cuenta de que en todo grupo humano puede haber lacras y fallos importantes. No hay que ocultarlos. Si hay una posibilidad de vencer el cáncer, sólo se logra diagnosticándolo a tiempo y comenzando un tratamiento. En los últimos tiempos, vivimos en la Iglesia un doloroso reconocimiento público de escándalos que muestran la debilidad humana de algunos de sus miembros, alejados de su ser y misión, enredados en oscuridades, aferrados al mal que hacen a otros y se infligen a sí mismos.
Habrá quien interprete estos hechos como una vía incontrolada de descrédito y destrucción para nuestra Iglesia Católica, y puede que haya quien lo desee. Pero Jesús no desvió los ojos del mal, lo señaló, lo desenmascaró y su proyecto se abrió paso con el triunfo diseñado por la voluntad del Padre.
Tampoco nos exaltemos nosotros, como Pedro, para contrarrestar el mal, o para creernos "buenos", libres de pecado. Porque todos somos de barro y, aunque no nos identifiquemos con Judas Iscariote, siempre podemos recorrer el camino de las lágrimas, después de cantar el gallo, cuando se nos haya deslizado alguna negación del Señor, casi sin darnos cuenta, como a Pedro.
Vuestro hermano,
Luis Ángel de las Heras, cmf