Comentario al Evangelio del
Hay una frase muy dura en este
Evangelio: “no hago nada por mi cuenta”. ¿Dónde está, entonces, la
libertad, la autonomía de la persona? ¿Es que tenemos que estar siempre
pendientes de Dios, hasta en los pequeños detalles? ¿No nos había hecho
libres?
La respuesta teórica es clara: efectivamente nos hizo libres porque somos semejantes a Él, que es la Libertad plena, auténtica. Por tanto, cuanto más nos parezcamos a Dios, más libres seremos. O sea, el camino de la libertad es estar pendientes, colgados, de la voluntad de Dios.
Esa es la respuesta teórica. Pero ¿en la vida real? Pues habrá que ir por pasos. Y el primero es tomar conciencia de hasta qué punto los discípulos de Jesús “no somos de este mundo”. Hasta qué punto no podemos conformar todos nuestros criterios, nuestras actitudes, nuestras prioridades, nuestra escala de valores, a tenor de lo que la sociedad, la publicidad, o incluso el puro humanismo nos dicte.
Somos de Dios, somos del Evangelio. Eso no significa que debamos renuncias automáticamente a lo que el mundo diga. Significa que debemos confrontar los criterios, los valores, los hábitos de este mundo con el Evangelio. Confrontar para reafirmarnos en algunos, para matizar otros o para rechazar y dar la vuelta a otros más.
Si no acudimos al Evangelio, a la Palabra de Dios, a la Voluntad de Dios, seremos sólo de este mundo. Y eso, definitivamente, no es cristiano; y, además, nos hace esclavos.
La respuesta teórica es clara: efectivamente nos hizo libres porque somos semejantes a Él, que es la Libertad plena, auténtica. Por tanto, cuanto más nos parezcamos a Dios, más libres seremos. O sea, el camino de la libertad es estar pendientes, colgados, de la voluntad de Dios.
Esa es la respuesta teórica. Pero ¿en la vida real? Pues habrá que ir por pasos. Y el primero es tomar conciencia de hasta qué punto los discípulos de Jesús “no somos de este mundo”. Hasta qué punto no podemos conformar todos nuestros criterios, nuestras actitudes, nuestras prioridades, nuestra escala de valores, a tenor de lo que la sociedad, la publicidad, o incluso el puro humanismo nos dicte.
Somos de Dios, somos del Evangelio. Eso no significa que debamos renuncias automáticamente a lo que el mundo diga. Significa que debemos confrontar los criterios, los valores, los hábitos de este mundo con el Evangelio. Confrontar para reafirmarnos en algunos, para matizar otros o para rechazar y dar la vuelta a otros más.
Si no acudimos al Evangelio, a la Palabra de Dios, a la Voluntad de Dios, seremos sólo de este mundo. Y eso, definitivamente, no es cristiano; y, además, nos hace esclavos.