Comentario al Evangelio del

Manuel Tamargo, cmf

    Dicen que se coge antes al mentiroso que al cojo. En la primera lectura de este lunes se nos cuenta la historia de dos ancianos mentirosos y aprovechados. Pero también la historia de una mujer íntegra, que puso su confianza en Dios.

    Es precisamente Dios (el Jesús del Evangelio, en el pasaje de hoy) quien nos da la luz para ver la verdad de las cosas, para no engañarnos.

    Y es que, salvando las distancias, todos somos un poco como los ancianos ¿quién no ha disimulado o callado en algún momento para que no se descubrieran sus verdaderas intenciones? ¿Quién no ha recurrido a eso que llamamos “mentiras piadosas”?

    Pensamos que es inevitable mentir, que es imposible (y hasta desaconsejable) decir siempre la verdad. No lo voy a discutir. Hay situaciones de las que uno tiene que salir como puede…

    Pero es que el objetivo, la meta, no es “decir siempre la verdad”; eso nos parece inalcanzable. El objetivo es “vivir en la luz”, en la transparencia, en la sinceridad, en el cariño desinteresado, en la sencillez, en la claridad. O sea, vivir lo más cerca posible de ese Jesús que es la Luz del mundo, como dice el Evangelio.

    No me preocupan las mentiras, si son pequeñas. Me preocupa la falta de amor, el egoísmo, el “sálvese quien pueda” que está detrás de las mentiras.

    Vayamos a la causa, no a la consecuencia. Pongamos remedio al egoísmo, al egocentrismo, y veremos cómo disminuye la “necesidad” de mentir de vez en cuando.