El poder de Navidad es como el poder de un bebé, te desarma de tal manera que finalmente te abruma y te arrolla.
El poder de Navidad es como el poder de un bebé, te desarma de tal manera que finalmente te abruma y te arrolla.
Lo que los evangelios subrayan en el nacimiento de Jesús arroja luz sobre la historia cristiana subsiguiente y sobre nuestras propias vidas.
Hacer las paces con el terrorismo, como estamos dolorosamente aprendiendo, requerirá más que armas de fuego y poder militar.
En el centro de nuestra experiencia vital encontramos una enfermedad incurable: un desasosiego, una inquietud, una soledad, un anhelo, una ansiedad, un deseo, un sufrimiento por algo que nunca podemos identificar del todo.
En el fondo, ninguno de nosotros es dueño de nada, y nada nos llega por derecho. Todo es don.
Hay cantidad de gente que está forcejeando o luchando con la Iglesia. Y esto es más complejo de lo que a primera vista parece.
Tenemos en nuestros corazones algo de la envidia y amargura de Caín y tenemos nuestras manos algo manchadas de sangre. También nosotros, como Caín, hemos asesinado por celos, envidia y amargura.
La oración resulta fácil solamente a los principiantes o a los ya santos. Durante todos esos largos años intermedios, la oración es difícil.
Como la mujer que perdió una moneda, como el pastor que había perdido una oveja, y como el padre del hijo pródigo y del hijo mayor, tampoco nosotros habríamos de descansar fácilmente cuando percibimos que otros están separados de nosotros.
Hay un cansancio que no se puede curar sólo con un buen sueño, con unas buenas vacaciónes o con un tiempo en compañía de los amigos adecuados y con el vino adecuado. Se trata del cansancio más profundo dentro de nosotros.
Mi padre murió cuando yo tenía veintitrés años; yo entonces era seminarista, inmaduro todavía, aprendiendo aún las malicias la vida. A cualquier edad es duro perder a tu padre, pero mi pena aumentó por el hecho de que justamente había yo comenzado a apreciarle.