¿Qué queremos decir cuando hablamos de “la dimensión escatológica” de la vida consagrada? ¿A qué se debe el recurso -tan frecuente a veces- a esta expresión? ¿Qué significado puede tener en nuestro tiempo?

¿Qué queremos decir cuando hablamos de “la dimensión escatológica” de la vida consagrada? ¿A qué se debe el recurso -tan frecuente a veces- a esta expresión? ¿Qué significado puede tener en nuestro tiempo?
Más allá de sus particularidades en cada continente, en cada nación o país, en cada orden o congregación, en cada comunidad o persona, la vida consagrada es como una navecilla de vela impulsada por el viento del Espíritu. El Espíritu que genera su pluralidad carismática, es la fuente –así mismo- de su fundamental unidad.
Después de varias semanas de dedicación plena a la reflexión conjunta sobre la nueva Evangelización, de celebraciones litúrgicas y de oración y discernimiento, los participantes en el Sínodo habrán quedado hondamente afectados por esta gran preocupación: ¿cómo relanzar la misión evangelizadora en este momento de la historia de la humanidad?
Los obispos, reunidos en Sínodo con el Obispo de Roma, nos acaban de enviar un mensaje. Su objetivo es “animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados hoy a dar testimonio”.
Debemos dar pasos más decididos en la eclesiología de la inclusión, que es el nombre que traduce mejor “lo católico”, porque una iglesia que ex-cluye pierde la tensión hacia la catolicidad.
Con mucha frecuencia nos dirigimos a María con la tradicional “Salve Regina” o “Dios te salve, reina y madre de misericordia”. La costumbre y el ritmo del rezo nos impiden descubrir la magia que esta plegaria contiene.
Solemos evitar en nuestro discurso eclesiástico ordinario (y también en el lenguaje teológico) cualquier referencia al “eros”. Y más todavía dentro de las reflexiones que hacemos sobre la vida religiosa o consagrada. El voto de castidad es entendido y explicado de tal forma que se vuelve innecesaria cualquier referencia al amor erótico.
Hoy entendemos muy bien lo que significa “estar conectados”. La “desconexión” nos priva de la energía disponible y de tantas relaciones que son posibles. Cuando nos trasladamos de un lugar a otro buscamos espacios de “cobertura” o de conexión.
“¡Por favor, cierren los ojos!”. Este es el título de un librito de Byung-Chut Han, que todavía no ha sido traducido al español. Me ha impresionado su lectura, porque da nombre a inquietudes que me habitan, porque da claves para entender la desconfiguración que padecen nuestras sociedades y sus individuos, porque nos lleva a buscar otro tipo de “tiempo”.
Escuché a un religioso decir: “Ahora no no molestan tanto… Nos dejan en paz… Antes, solo recibíamos reclamos, programas, cosas que hacer, reuniones a las que asistir”. Ahora con el nuevo liderazgo, nos dejan más en paz. Estábamos muy cansados.
La enfermedad del tiempo tiende a progresar y acelerse cada vez más. Vivimos en un contexto de celeridad y prisas, del que es difíil sustraerse y que nos determina.