En la realidad de la vida, prevale el número de personas buenas y amorosas, generosas y serviciales. Hay mucha gente que se siente feliz haciendo el bien a los demás.

En la realidad de la vida, prevale el número de personas buenas y amorosas, generosas y serviciales. Hay mucha gente que se siente feliz haciendo el bien a los demás.
Según señalan las estadísticas del Instituto Nacional aumentan las matrimonio civiles; disminuyen los canónicos. La proporción es ya de 6 a cuatro. Y la tendencia va en aumento. Sucede que también aumentan los divorcios, el número de parejas de hecho. Y al mismo tiempo desciende la nupcialidad.
En una cultura bastante emocional como es la nuestra, suena bien la palabra ternura. Se asocia a una constelación de experiencias gratificantes. Se trasponen los significados inmediatos a la dimensión religiosa.
Me cuentan que una mujer casada abandona a su marido y a sus hijos. Y da esta explicación: “quiero ser feliz”. Resulta sorprendente. ¿Quién no quiere ser feliz? Yo quiero ser feliz. Aspiro a ello.
Uno de las urgencias de la pastoral actual consiste en proponer nuevos modelos de santidad. En la tradición han ido sugiriendo modelos según las épocas: los apóstoles, los mártires, los monjes, los confesores, las vírgenes, los misioneros…
Acaba de llenar las primeras páginas de los medios informativos una boda famosa. Le viene la singularidad tanto notoriedad de los personajes como de la circunstancia de la edad. Las reacciones de los informadores y comentaristas son dispares.
En la vida y práctica pastoral nos encontramos hoy día con situaciones difíciles de orientar. Parecen situaciones sin salida. Desde la perspectiva doctrinal se plantean como un conflicto entre la fidelidad de Dios y su misericordia.
El sacramento del matrimonio significa, representa y comunica el amor íntimo, fiel, creativo, incondicional y total de Cristo por su Iglesia. Es presencia y transparencia del amor de Cristo, no exclusivamente, pero si especialmente en los rasgos mencionados.
Se reconoce que es insuficiente. Pero la formación que prepara para el matrimonio forma parte de la praxis común. No es ahora el momento de entrar a juzgar la calidad de esa preparación. Por parte de las comunidades cristianas hay mucho que mejorar en dicha preparación.
Se refiere al amor conyugal. Es una expresión magnífica. La utiliza el Mensaje de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos. El amor conyugal es un milagro.
El Documento de Trabajo preparado para la primera fase del Sínodo de los obispos sobre los “desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” dedica el segundo capítulo entero a tratar sobre “el conocimiento y la recepción” del mensaje eclesial sobre el matrimonio y la familia.