Viernes quinto de cuaresma

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    Siguiendo la sucesión de los diferentes juicios que se nos han propuesto en las lecturas de la Liturgia de la Palabra durante toda la semana, en los textos de hoy se narra la suerte de Jeremías: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo. Mis amigos acechaban mi traspié”. De nuevo se descubren matices proféticos en un ejemplo del Antiguo Testamento, colocado en paralelo con la situación de Jesús. “Los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús” e “intentaron, de nuevo, detenerlo”.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    El profeta, en medio del asedio, testimonia su confianza en Dios: “El Señor está conmigo, como fuerte soldado, mis enemigos tropezaron y no pudieron conmigo”. Y Jesús, acusado de blasfemia, afirma: “El Padre está en mí, y yo en el Padre”.

    La certeza y seguridad que da la fe en el Señor quedan recogidas magistralmente por el salmista, cuando para describirlas emplea diez términos, con los que afianza la opción de fiarse de Dios. “El Señor es mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi liberador. Peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza, mi baluarte, Dios mío”.

    Hoy tenemos un testigo especial de los que se fían de Dios, y por Él se atreven a seguir el camino de la obediencia a través de una historia paradójica, dolorosa y un tanto incomprensible para la razón.

    En este día, no olvidamos la advocación de la Virgen de los Dolores.  Ella es la mujer fuerte. Si Susana, los jóvenes de Babilonia y Jeremías no se arredraron frente a quienes los perseguían, la madre de Jesús acompañará a su Hijo hasta el pie del madero, sabiendo también de quién se ha fiado.
   
    ¡Qué bien recoge el salmista la posible experiencia del que, acosado por circunstancias dolorosas, acude al Señor, y en ello encuentra su fuerza. “En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo Él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos” (Sal 17).

    

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