
Pensando en estas situaciones, y en las preguntas que suscitan, me viene a la mente un detalle del ritual del matrimonio que pide a los contrayentes para expresar su consentimiento: “Unid vuestras manos y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia”.
El tacto de las manos se une a la palabra y resulta intensamente expresivo. Una bella comparación, que escuché y contemplé en un video de Henri Nouwen, enlaza bien con este detalle. Hablando de la relación, Nouwen la compara con la unión de las manos. Y lo explica. Podemos unir nuestras manos simplemente juntando las yemas de los dedos. Se trata de una relación de contacto de piel, de sensibilidad. Podemos unir nuestras manos juntando las palmas, una sobre otra. El contacto es más amplio y persistente.
Podemos unir nuestras manos entrelazando los cinco dedos de una con los cinco de la otra mano. Constatamos que encajan perfectamente; se complementan. Forman una unidad. Una mano refuerza a la otra, la embellece, multiplica su capacidad expresiva y simbólica. Somos capaces de llevar más peso entre las dos manos.
Me parece una buena parábola de la relación matrimonial. La unión hace la fuerza. La unión requiere ajustes, encontrar cada persona su espacio; hacer sitio al otro; dejarle entrar en el territorio personal e íntimo. Implica configurarse mutuamente. La imagen de las manos muestra que hay distintas calidades de relación de pareja. Hay parejas que se unen por la epidermis. No tienen en la mente un claro proyecto común. No sueñan con una sólida y persistente relación. No añoran apasionadamente una biografía en común. Cuando, en cambio, los sueños diurnos de ser felices y hacerse felices se convierten en la motivación más persiste de sus vidas, la relación hace nacer lo mejor de cada persona. Su mejor amor conyugal de hombre y de mujer.




