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Una diferente lista de deseos

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

¿Qué hay todavía sin acabar en vuestra vida?

Bueno, siempre hay mucho que queda inacabado en la vida de cada uno. En realidad, nunca hay nada acabado. Nuestras vidas -según parece- son simplemente interrumpidas por nuestro morir. La mayoría de nosotros no completamos nuestras vidas, sólo nos quedamos fuera de tiempo. Así, consciente o inconscientemente,  hacemos nuestra lista de cosas que aún queremos ver, hacer y acabar antes de que muramos.

¿Qué queremos hacer todavía? Probablemente, algunas cosas vienen a la cabeza de inmediato: Queremos ver a nuestros hijos crecer. Queremos presenciar la boda de nuestra hija. Queremos acompañar a nuestros nietos. Queremos acabar esta última obra de arte, o escrito, o construcción. Queremos llegar a nuestro 80º cumpleaños. Queremos reconciliarnos con nuestra familia.

Más allá de estas cosas más importantes, tenemos generalmente otra lista de cosas para cuya realización anterior estuvimos demasiado ocupados, preocupados o económicamente en desventaja: Queremos andar el Camino, viajar a Tierra Santa, ver los lugares históricos de Europa, ir de mochila por diferentes partes de Asia, recorrer el país con nuestros nietos, disfrutar de nuestro retiro.

Pero fantaseando sobre lo que está inacabado en nuestras vidas, existe el peligro de pasar por alto la riqueza de lo que de hecho prosigue en nuestras vidas y nuestra real tarea del momento. Una mejor pregunta es: ¿Cómo quiero vivir ahora como para estar preparado para morir cuando me llegue la hora?

En un maravilloso librito sobre contemplación, Biografía del silencio, el autor español Pablo d’Ors clava la vista en su mortalidad y decide que esto es lo que desea hacer ante el inalienable hecho de que un día tiene que morir. Aquí está su lista de deseos: “He decidido ponerme en pie y abrir los ojos. He decidido comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no compararme jamás con mis semejantes. También he decidido regar mis plantas y cuidar de un animal. Visitaré a los enfermos, conversaré con los solitarios y no dejaré que pase mucho tiempo sin jugar con algún niño. De igual modo he decidido recitar mis oraciones todos los días, postrarme varias veces ante lo que considero sagrado, celebrar la eucaristía: escuchar la Palabra, partir el pan y repartir el vino, dar la paz. Cantar al unísono. Y pasear, que para mí es fundamental. Y encender la chimenea, lo que también es fundamental. Y hacer la compra sin prisa; saludar a los vecinos, aunque no me guste su cara; llevar un diario; llamar regularmente por teléfono a mis amigos y hermanos. Y hacer excursiones, y bañarme en el mar al menos una vez al año, y leer sólo buenos libros, o releer los que me han gustado… Viviré por ello desde la ética de la atención y del cuidado. Y llegaré así a una feliz ancianidad, desde donde contemplaré, humilde y orgulloso a un tiempo, el pequeño y gran huerto que he cultivado. La vida como culto, cultura y cultivo.”

La vida como culto, cultura y cultivo: Yo soy dos veces superviviente del cáncer. Cuando me diagnosticaron por primera vez el cáncer hace siete años, el pronóstico fue bueno. Tuve un sobresalto, pero el tiempo aún se amplió ante mí indefinidamente. Pero cuando retornó el cáncer hace cuatro años, los médicos fueron menos optimistas y me dijeron, en inequívocos términos, que mi plazo era probablemente corto, sin más días interminables. Ese pronóstico clarificó mis pensamientos y sentimientos como nada antes lo había hecho.

Aturdido, fui a casa, me senté en oración y luego escribí este mini-credo para mí, con una diferente lista de deseos:

Voy a esforzarme en ser productivo tanto tiempo como pueda.
Voy a hacer cada día y cada actividad tan preciosa y gozosa como sea posible.
Voy a esforzarme en ser tan grato, cercano y caritativo como sea posible.
Voy a esforzarme en estar sano el mayor tiempo que pueda.
Voy a esforzarme en aceptar el amor de otros de un modo más profundo del que tengo hasta ahora.
Voy a esforzarme en vivir una vida más plenamente “reconciliada”. Ningún espacio ya para las pasadas heridas.
Voy a esforzarme en mantener intacto mi sentido de humor.
Voy a esforzarme en ser tan animoso e intrépido como pueda.
Voy a esforzarme, siempre, en no considerar nunca lo que estoy perdiendo, sino, más bien, mirar qué admirable y llena ha estado y está mi vida.
Y voy a poner, diariamente, todo esto a los pies de Dios a través de la oración.

No por casualidad, desde entonces también he empezado a regar las plantas, cuidar un gato salvaje y alimentar a todos los pájaros de la vecindad. La vida como culto, cultura y cultivo

    
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