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Un largo despertar

Bonifacio Fernández -

La carta de S. Pablo a los Romanos enseña, y la liturgia de Adviento lo recuerda, que la vida es un largo amanecer. La noche está avanzada. El día se echa encima, es hora de despertar (Rm 13, 11-12). De esta forma,  llama la atención sobre el momento que se está viviendo.

La misma liturgia del tiempo de adviento nos hace meditar de nuevo textos evangélicos que se refieren a la vigilancia. Invitan tanto al evitar el sueño, como al despertar: vigilad o estad en vela y despertad. Estar bien despiertos es lo importante. La razón  es que no sabemos cuándo ni dónde acontecen las oportunidades de la vida mientras caminamos hacia el final del tiempo. Se trata de despertar para tomar el pulso al tiempo de la vida de cada día, que está llena de señales y de signos de la Presencia.

Partiendo de la resurrección de Jesús crucificado, en efecto, la existencia cristiana se sitúa al alba; estamos en el crepúsculo matutino; vivimos en el largo amanecer del mundo nuevo y de la nueva creación.

Y puesto que el libro de la Escritura nos lleva a descifrar el libro de nuestro corazón, vemos que paralelamente la vida humana es un largo despertar con respecto a las múltiples somnolencias e inconsciencias que nos habitan. Este largo despertar implica variadas dimensiones diferentes:

  • Despertar de la inconsciencia al conocimiento de sí mismos. Sucede en la medida que uno toma conciencia de la alienación en la que vive. Se ve alienado por los deseos insaciables excitados por la atrayente propuesta del paraíso del consumo vestido del sueño de la felicidad. El tener salud, poder, apariencia se presenta como el redentor de las alienaciones de las carencias. Nos anestesia y nos adormece. No deja que emerja con fuerza “el grito de la criatura oprimida”.
  • Despertar de la procrastinación y futurización que nos asegura que la felicidad solo está en el futuro; ahora no es posible; pero cuando se cumplan algunas condiciones llegará la gran liberación y la dicha por excelencia. Pero puede suceder que estemos sacrificando el presente a un futuro que tal vez nunca llegue. Ese tipo de futuro nos roba el tiempo presente.
  • Despertar a la conciencia del tiempo de nuestra vida. El ideal de la eterna juventud, que se nos inculca con medios poderosos, es un gran engaño. El tiempo de la vida tiene sus posibilidades propias en cada edad. Pero el tiempo es inexorablemente sucesivo y nos arrastra en su corriente como un río, a veces turbulento, a veces manso y apacible.
  • Despertar al tiempo salvífico. No se puede diferir indefinidamente el tiempo de la conversión. Cada tiempo de la historia tiene sus luces y sus sombras. Cada tiempo lo es de salvación. Nos va llevando de la dispersión a la unificación personal; de la complejidad a la simplicidad de la vida. Todo un camino de purificación que las lecciones de la vida quieren enseñarnos.
  • Despertar a la identidad de nuestra vida. La autenticidad personal única, irrepetible, está escondida tras un montón de imágenes de nosotros mismos que cada uno ha interiorizado. También tras un gran largo repertorio de etiquetas que han colocado sobre cada uno y que la persona ha aceptado. La tarea del encuentro conmigo mismo es parecida a la de pelar una cebolla; hay que ir quitando cuidadosamente capas y capas que hacen a uno dependiente de la aceptación, de la aprobación o desaprobación de los demás.

En este largo despertar de la vida, los matrimonios tienen un despertador muy especial: el amor del cónyuge. El o ella es la única persona en el mundo que tiene el poder de despertar en ti cualidades e iniciativas que estaban dormidas, que ni tú sabías que estaban ahí. Sólo él o ella tiene ese don excepcional de despertar lo mejor de ti mismo/a. Tu mejor amor. Tú mejor esperanza.

    
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