Señor, mi corazón es débil,
y me avisa
-tímida pero eficazmente-
de que está llegando su hora.

aguantando las tareas
de cada día,
sin permitirse nunca
un tiempo de descanso.
Gracias, Señor,
por esta bella parábola de servicio
desinteresado a la vida,
por este testigo de tu delicadeza
inquebrantable.
Convierte mi ser entero en un gran corazón
que sólo acierte a decir con sus latidos
el sí del amor,
de la entrega sin condiciones,
de la identificación con tu voluntad.
Dame un corazón que exulte
como el de María,
y guarde como un cofre la palabra de Dios
para meditarla;
un corazón que escuche
como el de Salomón,
que arda como el de los discípulos de Emaús,
que cante agradecido como el del salmista.
Dame un corazón manso y humilde
como el de Jesús,
encarnación de tu amor infinito.
Un corazón que se convierta
en el "Amén",
en el sí gozoso y permanente
de la adoración, de la alabanza
y de la acción de gracias.
No deseo otra cosa. Amén




