Tratando de no hacer a Dios parecer malo

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Durante quince años dirigí un curso titulado Teología de Dios. Los estudiantes de ese curso eran predominantemente seminaristas que se preparaban para el ministerio, junto con algunos estudiantes laicos que estaban preparándose para servir como ministros en diversos puestos de sus parroquias. Yo siempre enseñaba lo que el currículo requería: las revelaciones bíblicas fundamentales sobre la naturaleza de Dios y las acciones de Dios en la historia, algunas sobresalientes perspectivas de la Patrística sobre la naturaleza y acciones de Dios, el desarrollo histórico de las definiciones dogmáticas sobre Dios, más algunas nociones especulativas sobre la Trinidad, abarcando desde san Agustín hasta Karl Rahner y Catherine LaCugna Pero mi énfasis principal, como un Leitmotiv, era siempre este. Les decía a los estudiantes: ¡hagáis lo que hagáis en vuestra práctica y predicación pastoral, tratad de no hacer a Dios parecer estúpido!

Nada es tan importante en nuestra enseñanza, predicación y actividades pastorales como la noción que transmitimos de Dios que suscribe todo. Cada homilía que predicamos, cada enseñanza catequética o sacramental que damos, y cada práctica pastoral en la que nos empeñamos refleja al Dios que la sustenta. Si nuestra enseñanza es estrecha y trivial, hacemos que Dios parezca estrecho y trivial. Si nuestra práctica pastoral está falta de comprensión y compasión, hacemos a Dios falto de comprensión y compasión. Si somos legalistas, hacemos a Dios legalista. Si somos tribales, nacionalistas o racistas, hacemos a Dios tribal, nacionalista y racista. Si hacemos cosas que perturban el sentido común, hacemos a Dios el enemigo del sentido común. Toscamente indicado, cuando hacemos cosas estúpidas en nuestro ministerio, hacemos que Dios parezca estúpido.

En toda nuestra predicación, enseñanza y práctica pastoral, necesitamos trabajar por rescatar a Dios de la arbitrariedad, cerrazón, legalismo, rigidez, racismo, tribalismo, nacionalismo y todo lo que es estrecho, legalista y mezquino que, a través de nosotros, resulta asociado con Dios. Todo lo que hacemos en el nombre de Dios refleja a Dios.

No es casualidad que el ateísmo, el anticlericalismo y la mayor parte de la negatividad dirigida contra la iglesia y la religión hoy pueda apuntar siempre a alguna mala teología y práctica eclesial en la que basarse. El ateísmo es siempre un parásito que se alimenta de la mala religión. Así es también la mayor parte de la negatividad existente hacia las iglesias, que prevalece hoy. Las actitudes contra la iglesia se alimentan de la mala religión, y así nosotros que predicamos, enseñamos y administramos en el nombre de Dios necesitamos hacer examen a la luz de esas críticas.

Igualmente, necesitamos la honestidad de admitir que hemos dañado seriamente a muchas personas por la rigidez de algunas de nuestras prácticas pastorales que no reflejan a un Dios de comprensión, compasión e inteligencia, sino, al contrario, sugieren que Dios es arbitrario, legalista y no muy inteligente.

Digo esto sintiéndome comprensivo. No es fácil reflejar a Dios adecuadamente, pero debemos intentar, intentar reflejar mejor al Dios que Jesús encarnó. ¿Cuáles son las señales de ese Dios?

Primera, ese Dios no tiene favoritos. Ninguna persona, raza, género ni nación es más favorecida que otras por ese Dios. Todos somos privilegiados. Ese Dios tiene también claro que no son sólo aquellos que profesan a Dios y la religión explícitamente los que son personas de fe, sino también aquellos -al margen de su fe explícita o práctica eclesial- que hacen la voluntad de Dios en la tierra.

Segunda, ese Dios es escandalosamente comprensivo y compasivo, especialmente para con los débiles y los pecadores. Ese Dios está deseando sentarse con los pecadores sin pedirles antes que limpien sus vidas. Además, ese Dios nos pide que seamos compasivos con los pecadores de la misma manera que con los santos, y que los amemos igualmente. Ese Dios no tiene amor preferencial por los virtuosos.

Además, ese Dios es crítico para con aquellos que, cualquiera que sea su sinceridad, intentan bloquear el acceso a él. Ese Dios nunca es defensivo, sino se entrega a la muerte antes que defenderse; nunca paga odio con odio, y muere amando y perdonando a aquellos que lo están matando.

Finalmente -y centralmente- ese Dios es ante todo buena noticia para los pobres. Cualquier predicación en el nombre de Dios que no sea buena noticia para los pobres no es el evangelio.

Esos son los atributos del Dios que Jesús encarnó, y necesitamos tener en cuenta a ese Dios en todas nuestras predicaciones, enseñanzas y prácticas pastorales, aun cuando seamos sensibles a los límites apropiados y las demandas de la enseñanza ortodoxa.

Las cuestiones pastorales complejas siempre estarán con nosotros, y esto no está sugiriendo que estas dificultades sean resueltas simplistamente. La verdad nos mantiene libres y las demandas del discipulado son, por propia admisión de Jesús, exigentes. Sin embargo, admitido eso, la compasión, la misericordia y la inteligencia de Dios necesita siempre ser aún reflejada en toda acción pastoral que hacemos. De otra manera, Dios parece arbitrario, tribal, cruel y antitético al amor. El Cristianismo, como dice Marilynne Robinson, es una narrativa demasiado grande para ser suscrita por cualquier cuento menor, y eso prohibiría especialmente su ser subordinado a la estrechez, legalismo, falta de compasión y falta de sentido común.

    

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